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PSICOLOGIA - La actividad consciente marcha sobre la línea: impulso – satisfacción
Si con criterio ingenuo dirigimos nuestra mirada mental hacia nosotros mismos, es decir, si
hacemos nuestra introspección, nos sorprenderemos al comprobar que el campo de nuestra
conciencia puede estar ocupado por muy diversos contenidos.
Unas veces serán puras imágenes sensoriales (una cara, una melodía, el dolor que nos
produce un zapato estrecho, el gusto de un buen postre) las que ocuparán su parte central más
destacada. Nuestra actividad se limita a contemplarlas, sentirlas o gozarlas, de un modo al
parecer completamente pasivo. Entonces se dice que nos hallamos en una fase
sensoperceptiva del funcionalismo consciente. Otras veces, al observarnos, nos
sorprenderemos elaborando relaciones y estableciendo engarces entre diversos datos del
conocimiento: entonces se dice que pensamos, y los psicólogos afirman que la actividad
consciente se halla en fase de producción intelectiva. Otras veces, en cambio, al
introspeccionarnos sólo conseguimos sentir un malestar indefinido, una inquietud más o
menos angustiante, que nos parece debida a algo que ocurrió o que nos hace falta que ocurra,
y que, sin embargo, no está presente en ese momento.
Prima entonces ese peculiar estado de ánimo, que según cual sea su intensidad se llama
sentimiento o emoción y los psicólogos nos dirían que la persona se halla en fase afectiva.
Finalmente, también podemos sorprendernos, a veces, en plena realización de planes de
acción, confundiéndose entonces los límites entre los datos del mundo exterior y de nuestro
propio Yo. Cuando estamos entregados a una tarea, a un trabajo o a una actividad deportiva
cualquiera, apenas si podemos realizarla y al propio tiempo analizarnos, pues los
movimientos musculares nos enlazan con el ambiente de un modo tan íntimo que casi
pasamos a formar parte de él. Por eso la gente cuando está absorbida por un trabajo o una
lucha no se da cuenta exacta de los golpes que recibe, de las incidencias que le ocurren en su
vestido, etc., pero tampoco advierte cuanto sucede en su derredor y que no forma parte de la
situación o campo de trabajo.
Ahora bien, a través de esas variaciones de nuestros estadios o fases conscientes, se observa
siempre una dirección en la marcha de todos ellos. Se suceden, unos a otros, pero propenden a
seguir un sentido irreversible y por ello uno de los mayores psicólogos entre los fundadores
de la psicología contemporánea, W. James, habló de la corriente de nuestra conciencia (Stream
of consciousness), dando a entender que nuestras experiencias internas (hoy se habla de
"vivencias" para designarlas con una sola palabra) se encaminan siempre desde la fase
puramente perceptiva a la fase reactiva, pasando por estaciones intermedias (elaborativa o
pensamiento, desiderativa o afecto, propositiva o conación y decisiva, ejecutiva o acción
inicial propiamente dicha).
Si esto es así, interesa averiguar cuáles son las estaciones antecedente y consecuente de todo
ese ciclo de trabajo o de actividad personal consciente. Interesa saber cuál es el primum
movens, el motor que pone en marcha toda esa actividad y cuál es el factor que la detiene,
agota o desvanece. Pues bien: al primero se le han dado diversos nombres: Instinto -
Necesidad - Apetito primario -Carencia - Urgencia ("Urge"), etc., pero desde un punto de vista
práctico es preferible designarlo con el calificativo de IMPULSO (correspondiente al término
alemán "Trieb" y al inglés "Drive"). Este impulso puede engendrarse, es decir, generarse sin
necesidad de estímulo o excitante, o bien, puede constituirse y actuar con la ayuda, incitante,
de un motivo exterior. Así, por ejemplo, podemos sentir el impulso de agredir a cualquiera
simplemente porque nos resulta "antipático" o porque nos ha insultado. En el primer caso, la
tendencia agresiva se engendra espontáneamente y en el segundo es, en cambio, motivada por
un excitante; pero en ambos casos lo que importa es que previamente tengamos la capacidad
de ser agresivos. Por ello, cualesquiera que sea su modo de producción y puesta en marcha, la
fuerza que anima nuestras actividades personales es consustancialmente nuestra, es un pulso
interior y por eso se la llama: impulso.
Una vez que ese "pulso interior" empieza a latir nos impulsa inexorablemente hacia la acción
que lo calme y satisfaga. Pero dado que no siempre será posible o conveniente realizarla de un
modo inmediato o directo, surge entonces la necesidad de estancar o alargar, de diferir o
disimular, la realización de los actos que nuestro impulso propulsa.
Por eso, por ejemplo, en vez de golpear directamente a la persona que nos resulta antipática o
nos ha insultado, nos alejamos de ella y nos sumergimos en una fase más o menos larga de
resentimiento (ciclo afectivo) durante la cual podemos elaborar un plan (ciclo intelectivo) de
venganza y tomar una actitud (ciclo conativo) aparentemente amable o neutra e indiferente.
Mas ello no impedirá que sigamos íntimamente molestos, sintiendo el "resquemor" de nuestro
impulso, hasta que se nos depare la ocasión de su descarga, obteniendo así la liberación de su
energía potencial, siempre acompañada de una vivencia de triunfo o satisfacción.