PREHISTORIA - El Período Neolítico
VIVIENDAS NEOLITICAS
El mismo enorme salto en otros aspectos de la vida, se opera en lo referente a la vivienda. El
hombre paleolítico sólo había conocido el acurrucamiento al amparo del abrigo bajo roca o la
instalación, algo menos precaria, de la vida en las cavernas. A estas dos maneras puede
agregarse, todavía, la permanencia en lo alto de los montículos de conchillas de moluscos, en las
regiones costeras. Esos "kjoekkenmoeddings" para darles el nombre clásico con que se les
conoce en Dinamarca aparecen, con evidente signo de instalación humana, no sólo en los
mares Báltico y del Norte, sino también en numerosos puntos de las costas europeas y africanas
del Mediterráneo (sin contar, naturalmente, los casos en que el hecho se repite en Africa o en
América). Sobre esos montículos, así como en algunas estaciones del interior de Europa, el
hombre montaba sus abrigos vegetales que, en las épocas mesolíticas, alcanzaban a constituir,
posiblemente, pequeñas agrupaciones de cabañas muy primitivas, a veces protegidas por una
especie de empalizadas.
La ubicación natural de las corrientes de agua marcaba, por lo común, el emplazamiento de
estos núcleos iniciales de vida en común. Pero sólo con el alborear de los tiempos neolíticos
estas instalaciones se acentúan y se precisan con sus características. Es así como aparece un
pequeño tipo de habitación, baja, de madera, con un diámetro que no excede de los 2,50 mts.
Cerca de estos grupos de chozas se instalaban los campos para el cultivo de los cereales y de
otros productos necesarios para la alimentación vegetariana; a su vera, otros destinados a la
crianza de los animales domésticos. Desde luego, pese a estas medidas, los neolíticos hacían
gran consumo de caza y pesca, de suerte que los ríos y arroyos siguieron marcando el lugar de
instalación de las poblaciones neolíticas, como lo habían hecho, por idénticas razones, en los
periodos precedentes.
Algunas variantes locales se producen, sin embargo, en la forma y detalles constructivos de
aquellas viviendas. En Francia eran circulares, pero en Alemania tenían forma rectangular.
Schliz ha demostrado la existencia de habitaciones decoradas con pinturas geometrizantes, en la
región de Wurtemberg. Dichas pinturas eran de diversos colores. Europa central (especialmente
Hungría y Bohemia) y los Balcanes (en especial Rumania), han revelado la existencia de
pueblecillos neolíticos, en los que se advierten interesantes variantes locales.
Las empalizadas mesolíticas, de protección contra los enemigos, aumentan, se perfeccionan y
propagan por toda Europa. Esto muestra el mantenimiento de luchas incesantes, de poblado
contra poblado, que mantienen a todo el Continente en un estado muy alto de excitación
guerrera, a pesar del avance y significado de las artes de la paz. Es muy posible que estas luchas
entre grupos vecinos hayan provocado, a la larga, el desplazamiento de los menos fuertes hacia
las regiones donde la naturaleza les ofrecía barreras naturales de protección. Así, algunos se
habrán acantonado en las regiones montañosas; otros habrán buscado protección en la espesura
de las selvas; algunos, por fin, la habrán encontrado en la región insalubre de los pantanos, al
borde de los lagos o del mar. Apremiados, estos últimos, por sus enemigos, y no pudiendo
traspasar la barrera humana que aquéllos les ofrecían, no les ha quedado otro recurso que
formar poblaciones lacustres, internándose en la superficie semisólida del terreno todo lo que
éste lo consintiera, para fijar allí sus viviendas precarias. Para lograr mantenerlas, han
necesitado cortar con sus hachas de piedra los gruesos troncos de los árboles de las selvas
vecinas, despojarlos de sus ramajes, alisarlos en cuanto fuera posible y transportarlos hasta la
ribera pantanosa de los lagos, para convertirlos, finalmente, en pilotes de sustentación de sus
moradas.
De esta manera han ido penetrando, cada vez más, en la zona pantanosa, estableciendo allí una
red de pequeños caminitos vegetales, que unían unas casas con otras y permitían seguir
ganando terreno sobre las superficies pantanosas, hasta llegar a poder pescar desde el borde de
sus casas. Todo esto ha implicado un esfuerzo enorme, primero de concepción y luego de
realización, que los neolíticos han logrado y cuyo testimonio es suficiente para mostrarnos que
esos hombres estaban ya, potencialmente, dotados de todas las condiciones de inteligencia y de
voluntad que han llevado luego a sus descendientes, durante los siglos de la Historia, hasta el
dominio del Universo.
Sólo en Suiza, Heierli señala la presencia de más de doscientos centros de población construidos
sobre palafitos. Otro gran núcleo lo constituyen los que estuvieron situados en las orillas de los
lagos de los Alpes y del Jura. Pigorin muestra la importancia de los terramare de Italia del Norte.
Un núcleo importante lo constituyen los que se instalaron en los lagos de Escocia y otro, acaso
no menor, los que lo hicieron en los de Rusia. Conviene señalar, finalmente, que grandes
poblaciones asiáticas, de una densidad extraordinaria, se concentran todavía en nuestros días en
poblados de tipo palafítico: los pescadores chinos de la bahía de Singapur y sus colegas los de la
Malasia, por ejemplo, no hacen hoy, en realidad, más que mantener la concepción neolítica de
los palafitos. Naturalmente, la enorme población asiática actual, que obliga en muchos sitios a
una elevación enorme de las cifras de la densidad, nos presenta, como con un vidrio de
aumento, lo que eran las reducidas instalaciones neolíticas. Sin embargo, algunas veces éstas
lograban cierta importancia y extensión. Si tomamos la instalación de los palafitos de
Robenhausen, en el lago suizo de Pfaefikon, veremos que las casas se alzaban a casi dos
kilómetros de la orilla, a la que se unían por medio de un larguísimo puente, y ocupaban una
extensión de casi dos hectáreas.
Tenemos, además, una inesperada nueva manera de conocer como eran las casas neolíticas. Es
su reproducción pequeña, realizada en cuidadas urnas funerarias de cerámica, que las imitan
prolijamente hasta en sus detalles. La dúctil materia plástica empleada ha permitido mantener,
hasta nuestros días, estas especies de involuntarias "maquettes". Tal ocurre, por ejemplo, con las
urnas funerarias de Etruria y del Lacio. Al intentar construir esas pequeñas casitas de arcilla
para sus muertos, aquellos neolíticos nos han legado documentos invalorables acerca de su arte
de construir.