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PEDAGOGÍA - Los límites de la educación
¿Ha cumplido la educación lo que prometía? Es evidente que en los últimos años la educación
primaria ha progresado mucho en todos los países del mundo y si no ha logrado realizar todo lo
que en su día se propuso es porque ha habido una falta de coordinación entre los intereses que le
son peculiares; esto es, entre los intereses teoréticos, los prácticos y los científico-experimentales.
Los primeros, los de tipo filosófico, constituyen el fundamento ideológico de la educación. Los
segundos están representados por las instituciones escolares que se han ido creando en el
progreso de la historia. Describir cómo ha sido la escuela en los diferentes períodos de la
humanidad sería más interesante para nuestro estudio que la enumeración de los ideales
filosóficos que la han orientado. De este problema, quiero decir, de la visión directa de la escuela,
de lo que ha sido, de lo que es y de lo que tiene que ser, ya nos hemos ocupado oportunamente.
Los intereses de tipo científico-experimental son los que aplican los métodos de las ciencias físico-
naturales, la observación, el experimento y la estadística, al estudio de la educación. Estos tres
tipos de interés corresponden a los tres aspectos esenciales de la conducta humana y plantean los
tres problemas que forman el contenido de la educación: el problema del fin, el del medio y el del
conocimiento para adecuar el fin al medio.
Ahora bien; el conflicto actual de la educación proviene, en gran parte, de que estos intereses se
presentan como antagónicos, sin relación ni comunicación posible. El filósofo construye sus
sistemas, que más tarde servirán de fundamento a la pedagogía, sin acercarse al lugar humilde de
la escuela, sin conocer los problemas de ésta, ni sus necesidades, ni su realidad vital; en suma, sin
saber ni detenerse a considerar si aquellos ideales van o no a confrontar con la concreta realidad
que es el recinto escolar. Rousseau hablaba de la bondad de la naturaleza humana sin conocer, de
veras, cómo es la vida del niño, el mundo de fantasía y ensueño en que habita. A su vez, el
maestro realiza su labor, que es no pocas veces una tarea dura y penosa, sin reflexionar apenas en
las ideas .y creencias, más aun, en los ideales que han engendrado su práctica escolar. Y el
científico traza sus métodos, señala el camino, inventa aparatos más o menos precisos para medir
el intelecto y sus facultades, como la atención y la memoria, mientras la sutil materia humana
escapa entre los hilos investigadores de la ciencia experimental.
Por otro lado, al hablar de los fines de la educación se los considera generalmente en abstracto y
no de un modo concreto y referidos a la vida del niño, de este niño que tenemos a nuestro lado,
que estamos estudiando y que tenemos que dirigir. Porque la pregunta esencial es ésta: ¿Cómo
hay que considerar la vida de nuestro alumno, de este alumno que se sienta en los bancos de la
clase y cuya transformación tenemos que operar? ¿En un sentido individual o en un sentido social?
El hombre sólo es hombre por la comunidad, dice NATORP en su Pedagogía social; el individuo,
como tal, no existe, es sólo el átomo indiviso del cual surgirá después la materia humana. El
hombre sólo es hombre mediante la asociación y corporación que la familia primero, la escuela y
la vida después, en sus tres círculos vitales, van creando, dicen los demócratas americanos. El
problema de la educación consiste no en crear la vida —ya que esto no sería posible—, sino en
hacer que esa vida ya creada alcance su máxima plenitud. Hoy más que nunca los valores
subjetivos de la experiencia vital se presentan en oposición con los valores objetivos de la cultura.
Y hay que ver cómo y hasta dónde pueden ser y deben ser idénticos. La educación tiene que hacer
que la vida sea dirigida en tal forma que el hombre realice su propio destino y que ese destino, a
su vez, coincida con el destino de su patria y el de la humanidad. "Llega a ser lo que eres". Cierto;
pero eso que tú eres no debe estar en conflicto con lo que la sociedad necesita de ti. Lo subjetivo y
lo objetivo tienen que fundirse en una misma unidad.
Al acercarnos a los intereses prácticos cabe preguntar: ¿Qué es la escuela? ¿Está de acuerdo con
los ideales de la vida, es decir, con los ideales que en esta hora formulan sus filósofos? ¿Está de
acuerdo con la vida, esto es, con la vida del niño y con su mundo circundante? ¿Puede resolver la
escuela los problemas que esa circunstancia de nuestro tiempo plantea o vive de espaldas a ella?
En suma: ¿Está la escuela a la altura de su tiempo o vive en conflicto con cuanto le rodea? ¿Debe
vivir así? ¿Es ése su destino? ¿Es la escuela esencialmente práctica y ha de acomodarse a su medio
actual o es la llamada a crear en el alma del muchacho y del adolescente nuevas posibilidades que
creen, en su día, otro medio y otra circunstancia? En todo caso la escuela tiene que realizar el
enlace entre la teoría y la práctica. Ese enlace lo ha de verificar el maestro; más aun, no es sólo que
el maestro verifica ese enlace sino que él mismo en sí debe ser el enlace entre el pensamiento y la
acción. El director de una escuela tiene que ser el punto de contacto que dé origen a la síntesis
entre el pensamiento reflexivo, el ideal engendrador de nuevas normas y la acción práctica y
cotidiana que en toda escuela se realiza. Porque eso sí, la escuela ha sido siempre, y tiene que ser,
escuela activa en el pleno sentido que hemos dado a esta palabra. Bien entendido el problema, la
educación moderna no es la inventora de la escuela activa, porque toda escuela lo es siempre.
Cuando el maestro aplica el método científico a la educación, logra apreciar de una manera
matemática algunas de las cualidades de la mente del niño, como, por ejemplo, la atención y la
memoria, que pueden ser separadas, quiero decir, abstraídas, por el análisis. Pero bien entendido
que las esencias más sutiles del espíritu, del alma, de la conciencia quedan fuera de esa medición
matemática. Y como según el método científico sólo podemos conocer lo que logramos expresar
en términos matemáticos, resulta que quedará por siempre ignorado, en una zona oscura y
misteriosa, el hondo drama de lo humano, su único y verdadero drama, el drama de la moral. "La
moral es el clima del hombre como el ecuador es el clima de las palmeras". Este es el más grave
conflicto que los días que corren plantean a la educación. La educación ha ignorado o ha
pretendido ignorar lo único que de veras le interesaba conocer: las regiones donde moran el bien
y el mal. Unas veces, por creer de manera ingenua que todo es bueno en el hombre, no ha
encarado valientemente los problemas que el niño y el adolescente plantean; otras, por creer con
ciego escepticismo que todo es malo, se ha abandonado a un pesimismo estéril y no ha sabido
evitar su propio fracaso de orden moral, de disciplina, de autoridad y libertad, de jerarquía
humana. Debe formar en el niño al hombre esforzado, capaz de ocupar su puesto en el organismo
social, de acuerdo con su función humana y, sobre todo, de acuerdo con su vocación auténtica.