HISTORIA DE LA CIENCIA - La época newtoniana
A LA SOMBRA DE NEWTON: LOS GRANDES MECANICISTAS
PIERRE SIMON LAPLACE (1749-1827)
La figura descollante entre los grandes mecanicistas del siglo XVIII fue, sin duda, PIERRE
SIMON LAPLACE. Su Mecánica celeste, cuyos problemas ocuparon gran parte de su larga
vida, procura interpretar, sobre la base de la ley de la gravitación, las irregularidades entonces
conocidas del sistema solar, demostrando cómo las aparentes derogaciones se convierten en
otras tantas pruebas de la ley universal de Newton; inmensa tarea que permanecerá siempre
como monumento ele un admirable esfuerzo del espíritu humano. El examen minucioso de las
perturbaciones que sufren los planetas en sus movimientos orbitales a causa de sus atracciones
mutuas, conduce a Laplace a un problema de orden mucho más general: el porvenir del
sistema solar. ¿Entregados al libre juego de las atracciones mutuas de sus masas, que alteran
paulatinamente sus trayectorias, los planetas no terminarán por precipitarse en el Sol, o, por el
contrario, no retrocederán hacia lejanos y glaciales espacios cósmicos? Sin duda, si los
elementos orbitales de los planetas estuvieran sujetos a perturba-dones acumulativas
aunque pequeñas en un siglo, al acrecentarse con el transcurrir de los años podrían destruir
la actual configuración del sistema solar. Sin embargo, Laplace demuestra que los principales
elementos orbitales de todos los planetas los grandes ejes y los períodos de revolución
están exentos de irregularidades acumulativas y experimentan sólo inofensivas perturbaciones
periódicas. Por ello, las órbitas son prácticamente constantes: el sistema solar, concluye
Laplace, es estable.
A la atención de Newton no habían escapado las posibles consecuencias de las perturbaciones
planetarias. Conforme a sus convicciones religiosas, había admitido que Dios intervendría, de
tiempo en tiempo, en su creación, regulando las trayectorias perturbadas. Laplace eliminó del
espacio astronómico las intervenciones sobrenaturales. En sus razonamientos el sistema solar
aparece como un mecanismo cíclico, comparable a un reloj que se da cuerda a sí mismo y
repite perpetuamente los mismos movimientos, un mecanismo capaz de evolucionar, gracias a
las leyes mecánicas, automáticamente y sin término. ¡Qué extraña ironía de la historia! De los
descubrimientos del piadoso Newton surgió, con la doctrina de los mecanicistas, el concepto
materialista y ateo del Universo.
Laplace prestó el prestigio de su nombre a una hipótesis cosmogónica que liga el origen del
sistema solar a una nebulosa primaria; el Sol, al contraerse, experimentó un aumento en la
velocidad de su rotación y expulsó debido a la fuerza centrífuga materia incandescente,
en forma de anillos, cuya condensación dio nacimiento a los planetas. El siglo XIX atribuyó a
esta famosa hipótesis nebular una importancia que nunca poseyera a los ojos de su autor. La
hipótesis, recusada por numerosos hechos, está ahora abandonada. Pero si bien es verdad que
la imagen laplaciana es inadmisible como explicación del origen de los planetas, podría ser
que represente la evolución en escala superior, el nacimiento de soles a partir de la materia
nebular.