HISTORIA CONTEMPORANEA Las viejas democracias
FRANCIA
Quizá fuera Francia el país que más daños recibiera durante la primera guerra mundial.
Aunque después de la victoria pudo utilizar los recursos de algunas de las más ricas zonas
carboníferas y metalúrgicas de sus fronteras, debía de tardar mucho tiempo en reponerse de
los daños materiales que sufriera. En cuanto a los otros, a los daños demográficos y
espirituales, apenas podría reponerse. Las generaciones que habían sufrido la guerra y las que
le siguieron estaban diezmadas y, sobre todo, aplastadas moralmente por la certidumbre de
que el terrible esfuerzo había sido estéril. Sólo un efectivo despertar del movimiento de
izquierda parecía demostrar la presencia de cierta renovación en las fuerzas espirituales y
políticas.
Desde la terminación de la guerra, el partido radical-socialista siguió controlando el poder.
Solamente en 1936 se produjo una importante modificación del cuadro político. Los
comunistas habían lanzado la consigna del Frente Popular, y la unión de comunistas,
socialistas y radicales llevó al poder a León Blum, líder del partido socialista, con un gabinete
de concentración.
Una política social debía comenzar a realizarse contra los intereses de los poderosos y
arraigados grupos que dominaban la situación económica francesa. La oposición de las
derechas se hizo notar, pero sobre todo, fue visible que las demandas obreras excedían los
límites tolerados por el sistema económico francés. El gobierno de Blum trató de sortear de la
mejor manera posible las dificultades, y en el terreno internacional se unió a Inglaterra en la
política del "apaciguamiento", hasta el extremo de tolerar la participación de los países del Eje
en la guerra desencadenada por las derechas españolas contra la república, sin atender a las
prudentes observaciones del estado mayor, que advertía el peligro de un país hostil en los
Pirineos.
Reemplazó a Blum en el gobierno Daladier, cuya política se volvió a inclinar hacia la derecha.
Destruido el Frente Popular, comenzaron a caer con él algunas de sus principales conquistas y
se hizo más visible el afán de contentar a Hitler para tratar de evitar la guerra. En Munich,
Daladier suscribió el pacto por el que se abandonaba Checoslovaquia en manos de Alemania,
y dentro de Francia trató de apagar la voz de las izquierdas que pretendían defender sus
conquistas y clamaban por los atropellos que el nazismo realizaba en todos los terrenos. En
cambio, poco pareció preocuparle la preparación militar de su país, directamente amenazado
por Alemania. Ni los altos mandos fueron confiados a quienes parecían más indicados, ni se
adoptaron las medidas de seguridad imprescindibles, tanto en la línea Maginot como en la
frontera belga, donde no llegaban las fortificaciones. Intrigas, negociados e irresponsabilidad
caracterizaron los últimos días del régimen, anteriores a la explosión del conflicto
internacional.