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HISTORIA CONTEMPORANEA – La segunda guerra mundial
LOS TRIUNFOS DEL EJE EN 1940
Los meses que se sucedieron fueron de una engañosa tranquilidad. Rusia tomó posesión de
algunas regiones del Báltico que le interesaban directamente, y las flotas de Inglaterra y
Alemania tuvieron algunos encuentros, especialmente en el Atlántico sur, donde el acorazado
Graf Spee fue derrotado por cruceros ingleses, y obligado a ser hundido por sus propios
tripulantes en el Río de la Plata. Comenzaron entonces los bombardeos aéreos, meras
operaciones de tanteo. Pero en abril de 1940 Hitler ordenó la invasión de Dinamarca y
Noruega que quedó completada en poco tiempo, pese a la resistencia de algunos puntos —
como Narvik— en los que se concentraron los auxilios enviados por Inglaterra. Un mes
después, el 10 de mayo la Reichswer lanzó su fulminante contra Holanda, Luxemburgo y
Bélgica. También aquí el ataque terrestre fue precedido por un terrible bombardeo que
destruyó totalmente la ciudad de Rotterdam y dañó seriamente otras muchas.
Al día siguiente, en la ciudad de Londres, renunciaba el primer ministro Chamberlain y
ocupaba su puesto Winston Churchill a la cabeza de un gabinete de unión nacional. El día 13
Churchill se presentaba a la Cámara de los Comunes y delineaba su política con estas palabras
que se hicieron históricas: "Nada tengo que ofrecer, salvo sangre, fatiga, sudor y lágrimas.
Estamos frente a una de las más crueles y pavorosas pruebas, frente a muchos, muchos meses
de lucha y sufrimiento. Preguntáis: ¿cuál es nuestra política? Digo que es hacer la guerra por
tierra, mar y aire. Guerra con todo nuestro poderío y toda la fuerza que Dios nos ha dado;
guerra a una monstruosa tiranía, jamás superada en el lóbrego y deplorable índice del crimen
humano. Esta es nuestra política".
Desde ese instante, Churchill fue el motor de una desesperada resistencia. Desde las primeras
horas de su gobierno la amenaza alemana estuvo latente. Holanda había caído el día anterior,
y Bélgica pedía ahora auxilio a Francia e Inglaterra al ver violada su neutralidad por Hitler.
Los aliados enviaron a Bélgica crecido número de tropas y sobre todo abundante material
motorizado francés. Pero en el momento máximo del combate, las tropas del rey Leopoldo III
—conocido como simpatizante del nazismo— abandonaron el sector que les había sido
confiado y permitieron que las tropas acorazadas alemanas
forzaran rápidamente el canal
Alberto. Las fuerzas aliadas se vieron a punto de ser copadas y emprendieron la retirada,
organizando el alto mando inglés la evacuación por Dunkerque, que se cumplió de manera
heroica; la mayoría de las tropas consiguió salvarse pese a la acción de la aviación alemana,
pero el material, y en especial la casi totalidad de los tanques franceses que habían sido
conducidos a ese frente, se perdieron y dejaron al ejército francés en manifiesta inferioridad de
condiciones.
Entre tanto, confiado en la eficacia de la línea Maginot, el comando francés mantenía una
extraña e inexplicable imperturbabilidad. Pero desde el momento en que los alemanes
hubieron dominado Bélgica pudo advertirse que la suerte de Francia estaba echada. Una
nueva Blitzkrieg —guerra relámpago— fue iniciada pocos días después, y el general Gamelin
comenzó un rápido retroceso. El gobierno francés —presidido por Paul Reynaud— intentó un
re-agrupamiento de sus tropas, confió el mando supremo al general Weigand y declaró a París
ciudad abierta para evitar su destrucción después de lanzar un dramático llamado a los
Estados Unidos. Pero el ataque alemán resultó arrollador y todos los ríos que antes habían
constituido las tradicionales líneas de defensa —el Somme, el Aisne, el Marne— fueron
cruzados sin mayor esfuerzo por la Reichswer. El 14 de junio, las tropas alemanas entraron en
París y la resistencia se desplomó. El 17 el general Petain asumió el gobierno —por sugestión
del primer ministro Reynaud—, y el 22, en el bosque de Compiégne, en el mismo vagón de
ferrocarril en que se había firmado el armisticio de 1918, y en presencia del propio Hitler, se
firmó uno nuevo por el que se admitía la ocupación de media Francia por los alemanes y el
establecimiento de una zona libre, donde el mariscal Petain ejercería una autoridad restringida
y sujeta a cierta vigilancia por parte del ejército alemán.
Había terminado sólo una primera etapa del conflicto. Italia se apresuró a declarar la guerra a
Francia e inició las operaciones en Africa contra las colonias inglesas. Entre tanto, Hitler
vacilaba acerca de la oportunidad de realizar el desembarco en Inglaterra, y para prepararlo,
comenzó una feroz campaña aérea destinada a debilitarla. Noche y día, nutridas formaciones
de aviones lanzaban sobre las ciudades inglesas enorme cantidad de bombas de gran poder, y
algunas de ellas, como Coventry, quedaron totalmente destruidas. Era difícil organizar la
contraofensiva. El general Wavell puso en movimiento las fuerzas inglesas desde Egipto y
consiguió algunas victorias en Africa: sólo la ayuda de los Estados Unidos parecía constituir
una esperanza para las potencias tan fuertemente hostigadas.
Por un momento, a comienzos de 1941, las acciones tomaron un cariz favorable para los
enemigos del Eje. Italia fracasaba de manera ruidosa en Grecia, donde las fuerzas del gobierno
de Atenas y los grupos populares rechazaban a los invasores; un movimiento insurreccional
deponía en Yugoslavia al regente Pablo, que había aceptado la alianza con el Eje, y se
preparaba a la defensa del territorio; el general Wavell progresaba en Africa del Norte, y,
finalmente, los Estados Unidos sancionaron la ley de préstamos y arriendos que ponía a
disposición de los países democráticos ingentes recursos. Pero Alemania intervino
decididamente y sus recursos malograron aquellas operaciones; Wavell tuvo que volver a sus
bases en Egipto, y tanto Grecia como Yugoslavia fueron prontamente aplastadas por la
Reichswer. Afortunadamente para ella, Inglaterra pudo salvar el Irak mediante una rápida
ocupación y Siria se sustrajo a la influencia nazi, mientras la flota británica vengaba la pérdida
del crucero Hood con el hundimiento del acorazado alemán Bismarck. Al promediar el año
1941, una situación de inmenso peligro se anunciaba para la isla británica, último reducto
contra las potencias del Eje.