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HISTORIA CONTEMPORANEA - Los movimientos sociales y las revoluciones de 1848
EN AUSTRIA Y ALEMANIA
La ola revolucionaria se propagó a la Europa central y se manifestó bajo la forma de enérgicos
motines que estallaron en Viena y Berlín, al tiempo que estallaban revoluciones nacionalistas y
emancipadoras en otras regiones, como Bohemia y Hungría, Venecia y Lombardía.
El triunfo fue tan rápido y terminante que los déspotas tuvieron que ceder. Metternich vio
llegado el ocaso de su poder y tuvo que abandonar la capital; Federico Guillermo IV de Prusia
tuvo que ceder a las exigencias populares y convocó un congreso cuyos miembros fueron
elegidos por sufragio universal y se reunieron en Francfort; en el Piamonte, Carlos Alberto se
decidió a encabezar la lucha contra Austria, y en
Venecia se proclamó la república de San
Marcos. Pero estos triunfos, fruto del entusiasmo de las masas populares y del desconcierto de
los autócratas, fueron efímeros y dieron lugar a la más enérgica reacción.
En efecto, tanto en Austria como en Prusia, el ejército se manifestó decidido a respaldar el
poder absoluto de los reyes y tomó prontamente la ofensiva. El emperador debió abdicar, pero
su sucesor Francisco José, tomó la dirección de los asuntos con energía y reprimió los
levantamientos de Bohemia y Hungría así como los de su propia capital, contando con el
auxilio de fuerzas rusas que llegaron en momento oportuno. Del mismo modo se reprimió el
movimiento en Italia, donde la situación volvió a sus cauces tradicionales, excepto en el
Piamonte, donde Carlos Alberto se opuso a toda revisión de las concesiones que había hecho a
su pueblo: así nació el prestigio de la casa de Saboya, que habría de ponerla luego a la cabeza
del movimiento liberal unificador y nacionalista italiano.
El curso de los acontecimientos entonó al rey de Prusia. El parlamento de Francfort resolvió
constituir un imperio federal sin la participación de Austria, y designó emperador al propio
Federico Guillermo. Pero, apoyado en el ejército, el rey de Prusia se negó a aceptar la situación;
en cambio, independientemente de las sanciones de origen popular, creyó llegado el momento
de establecer la unidad en Alemania para abatir la hegemonía austriaca, y proclamó por su
cuenta y con el solo apoyo de los príncipes la Unión restringida, en la cual correspondía a
Prusia la supremacía. Pero el intento no prosperó, y Austria obligó al rey a firmar la
convención de Olmutz, por la que se restauraba el orden de cosas vigente antes de 1848.