HISTORIA CONTEMPORANEA - La época de la Restauración
LOS REGIMENES POLITICOS
Si la Santa Alianza fue el signo del tipo de relaciones internacionales que rigieron durante la
época de la restauración, el Imperio austriaco fue el ejemplo más expresivo del ideal de esa
época en cuanto al gobierno interior de un estado. Regido autocráticamente, nada que pudiese
conspirar contra ese orden parecía lícito y era perseguido con la más inexorable energía, de
modo que el movimiento liberal que se había constituido sufría una celosa vigilancia de la que
apenas podía escapar. Del mismo modo, nada se filtraba en sus instituciones que pudiese
significar alguna libertad r ara el individuo.
Características semejantes tuvo la vida política de Nápoles durante el reinado de Fernando,
contra quien estalló, sin embargo, una revolución militar que le impuso una constitución
liberal en 1820. Ese año pasó lo mismo en España, donde el general Riego se sublevó contra
Fernando VII exigiendo el restablecimiento de la constitución liberal de 1812. Pero ambos
movimientos fueron aplastados por las fuerzas extranjeras legadas en auxilio de los monarcas
absolutos.
Prusia y Rusia restauraron sin dificultades los regímenes anteriores a la invasión napoleónica,
y solamente en la primera se advirtió alguna inquietud política, que fue fácilmente contenida.
En cambio, el régimen anterior de Inglaterra y Francia ofreció particularidades que las
diferenció de los demás países.
Francia fue gobernada desde 1814 y sólo con la interrupción que provocaron los Cien Días
del retorno napoleónico por Luis XVIII, cuyo gobierno estuvo dirigido, en principio, por los
principios políticos de la Restauración. Pero Luis había adquirido cierta experiencia durante el
largo destierro que sufriera y supo maniobrar con alguna ductilidad en su país. En
consecuencia, otorgó una Carta constitucional y no cedió enteramente a los deseos de los
extremistas de derecha mientras pudo. Empero, el asesinato del duque de Berry precipitó las
cosas y entregó el gobierno a los ultra esto es, la extrema derecha, que pudieron gobernar
desde 1820 hasta la muerte del rey, en 1824, y luego durante la época de su sucesor Carlos X,
que mostró también tendencias fuertemente autocráticas. Pero los extremos a que condujo el
régimen desencadenaron una ola de oposición que había de terminar en un movimiento
revolucionario. De nada valió el prestigio que el rey alcanzó con la conquista de Argelia, ni la
severa persecución que se organizó para anular a los grupos liberales: secretamente, la
insurrección fue gestándose y estalló en 1830.
En cuanto a Inglaterra, su situación fue diferente después de la caída de Napoleón porque no
había sufrido, en carne propia, las consecuencias de la invasión. De ese modo, si bien es cierto
que se desarrolló en su seno cierta tendencia acentuadamente conservadora, no llegó nunca a
propiciar regímenes como los que propugnaba la Santa Alianza y que, en rigor, contradecían
las instituciones tradicionales desde la revolución de 1688. En lo exterior, Castleraigh y
Wellington se mostraron en un principio favorables a la política de la Santa Alianza, pero muy
pronto comenzaron a temer las proyecciones del intervencionismo. Tan conservador como
fuese el gobierno, tan decididamente hostil como se manifestase a los anhelos de reforma que
acariciaban los liberales ingleses, en ningún caso podían tolerar una política internacional
cuyas repercusiones podrían afectar las ventajas económicas adquiridas por Inglaterra. De ese
modo, cuando se planteó el problema de España y Fernando VII pidió el auxilio de la Santa
Alianza contra los liberales, solicitando apoyo armado para una acción en América a fin de
reconquistar las colonias, Inglaterra se opuso enérgicamente y se apartó de la liga. Canning
sostuvo y defendió el principio de no intervención y anunció que se opondría a cualquier
acción contra los nacientes estados americanos. Esta política que, en realidad, estaba dirigida
a defender los nuevos mercados ingleses quedó confirmada con el posterior reconocimiento
de su independencia.