HISTORIA MODERNA - El liberalismo económico y el pensamiento de la Ilustración
LA FILOSOFIA POLITICA DE LA ILUSTRACION
Mientras los economistas trataban de establecer una teoría de la vida económica que
permitiera orientarla hacia su pleno desarrollo de acuerdo con las tendencias que se
manifestaban, los filósofos comenzaron a interesarse por los problemas que las nuevas
situaciones de hecho planteaban en el campo de la vida política. En cierto modo, esta
preocupación tiene dos raíces. Por una parte proviene de las incitaciones que la realidad
misma suscitaba; por otra, de las consecuencias necesarias que entrañaba el pensamiento
filosófico moderno.
La revolución inglesa del siglo XVII había incitado a la reflexión sobre los hechos políticos que
había desencadenado, y surgieron entonces algunos teóricos de gran vuelo que indagaron las
causas de los procesos sociales y políticos y trataron de establecer las bases filosóficas y
jurídicas en que debía apoyarse el gobierno del Estado. Entre ellos fueron los más notables
Hobbes y Locke, el segundo de los cuales desarrolló la doctrina de la monarquía limitada en
su libro titulado Tratado del gobierno civil. En esa tendencia se alinearon algunos filósofos
que, ante el espectáculo del absolutismo y su indiferencia frente a la cambiante realidad,
consideraron necesario defender la urgencia de ciertas reformas políticas. Montesquieu,
Voltaire y Rousseau fueron las figuras descollantes c e este movimiento doctrinario, que tan .a
resonancia debía tener poco después.
Si Francia logró ser escenario de esta profunda renovación doctrinaria, fue porque allí el
Estado absolutista había alcanzado su más alto grado de desarrollo. Luis XIV había
organizado un régimen de absoluta centralización, y Bossuet había renovado la doctrina del
derecho divino en que se apoyaba. Pero en el curso del siglo XVIII las cosas cambiaban
aceleradamente, y el esplendor que Colbert pudo asegurar durante algún tiempo mediante el
sistema mercantilista se trocó en una progresiva declinación económica, que producía a su vez
una correlativa inquietud social. Montesquieu criticó violentamente la situación en sus Cartas
persas, y se dedicó a ahondar en el estudio de la evolución política de los Estados antiguos;
fruto de esas preocupaciones fue su obra Grandeza y decadencia de los romanos y, sobre todo,
la que tituló El espíritu de las leyes.
Montesquieu demostró una rara profundidad analizando el origen de las instituciones y la
relación que hay entre éstas y las formas de la vida política y social de los pueblos. Su objetivo
era afirmar la necesaria libertad del individuo mediante un sistema de garantías que
contuvieran las tendencias absolutistas del Estado; en tal sentido propugnó como principio
fundamental la división de los poderes: ejecutivo, legislativo y judicial, señalando que la
reunión de todos, o de dos de ellos, en una sola persona constituía un gravísimo peligro para
la libertad del individuo y la estabilidad del orden político.
En el mismo sentido se orientó la continuada prédica de Voltaire. Espíritu multiforme, sus
obras más importantes se relacionan con la filosofía y la historia; pero su militancia política le
proporcionó ocasión para exponer sus ideas en numerosos opúsculos de carácter combativo a
los que debió muchas persecuciones. En Inglaterra conoció y aprendió a estimar el sistema de
la monarquía limitada y parlamentaria, que elogió y trató de difundir en el libro que tituló
Cartas sobre los ingleses. Ante el espectáculo de su patria, aprendió a odiar la injusticia y la
intolerancia religiosa y la restricción de la libertad de pensamiento. Y de este modo, en la
defensa directa de las víctimas de la opresión absolutista y en la exaltación del liberalismo
político, fue sembrando nuevas inquietudes que trabajarían fuertemente el ánimo de sus
compatriotas y los predispondría para tratar de conseguir una renovación de las formas
estatales.
Por su parte, Rousseau contribuyó a fortalecer esta tendencia revolucionaria mediante el
planteo que hizo del problema del origen del poder político en su libro El contrato social.
Sostuvo allí que sólo en el pueblo residía la fuente de la soberanía, y que todo poder que no
proviniera de su libre consentimiento era, en el fondo, ilegítimo. Esta afirmación se dirigía
directamente contra la tesis del derecho divino de los reyes, en la que se apoyaba el
absolutismo francés, y debía conmover la tradicional fidelidad a la monarquía que
caracterizaba a Francia.
De este modo, mientras del pensamiento de Montesquieu y de Voltaire se derivaba una
definida aspiración a una monarquía limitada, del pensamiento de Rousseau parecía
desprenderse una aspiración al régimen republicano. Pero, de un modo o de otro, el conjunto
de los grupos no privilegiados y oprimidos por el absolutismo real encontraba en estas nuevas
ideas una esperanza que pudo moverlos, finalmente, en favor de la revolución.