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HISTORIA MEDIEVAL - Los reinos romano-germánicos
EL REINO FRANCO
Cuando los vándalos, los suevos y los alanos cruzaron el Rin y se precipitaron sobre la Galia,
un pueblo que estaba más hacia el interior de la Germanía avanzó hasta ocupar las orillas
orientales de aquel río que había sido la frontera del imperio: los francos. Constituían varios
grupos y eran muy valientes y audaces; pero diversas circunstancias impidieron que se
lanzaran inmediatamente a la invasión del imperio. En efecto, tras el paso de los primeros
invasores, los nobles romanos de la región norte de la Galia se habían organizado bajo las
órdenes del patricio Egidio y habían asumido la defensa de la región comprendida entre los
ríos Rin y Loira aproximadamente. Ya no era, pues, posible una sorpresa, y los francos,
disgregados, no tenían fuerza suficiente para violar la frontera.
En el año 481, un hombre de raras condiciones de conductor asumió el mando de los francos
salios: Clodoveo. Poco después, por la violencia casi siempre, Clodoveo consiguió dominar las
otras tribus francas y preparó a su pueblo para la invasión. Al cabo de un tiempo, en 486,
consiguió derrotar al hijo de Egidio, Siagrio, que lo había sucedido en el mando, y los francos
se instalaron en la Galia septentrional como dominadores.
Clodoveo era ambicioso y tenía condiciones para triunfar. Mientras aniquilaba a los rivales
germanos que podían amenazar su retaguardia, concibió el plan de convertirse de la religión
germana que aun profesaba al catolicismo. Así lo hizo en 496, con intervención del obispo de
Reims, San Remigio; gracias a ello, Clodoveo recibió el apoyo del papado, que vio en este jefe
su mejor auxilio contra los germanos no convertidos. El papado ayudó, indirectamente, a la
conquista del reino visigodo, en 507, y apoyó de diversos modos a Clodoveo para asegurarle
un considerable prestigio entre los demás reyes; debido a esta circunstancia, el papel de los
francos fue siempre decisivo en la historia de estos primeros siglos.
Clodoveo murió en 511 y repartió su reino entre sus cuatro hijos. Con ello dejó establecido el
principio de sucesión sanguínea, así que fundó una dinastía que se conoce con el nombre de
merovingia. Estos primeros reyes mantuvieron, en parte, el impulso de Clodoveo; así, uno de
ellos conquistó el reino burgundio y completó la dominación de toda la Galia por los francos.
Pero las luchas internas comenzaron y, al cabo de algunas generaciones, los reyes merovingios
habían perdido casi completamente su poder, que pasó poco a poco a manos de los
gobernadores de los distintos territorios. A partir del siglo VII, los condes y los duques francos
—que tales títulos solían tener esos gobernadores— gozaban de la más alta autoridad dentro
de sus jurisdicciones. Pero como no todos eran igualmente poderosos, surgió uno que logró
cierta supremacía sobre los demás: el duque de Austrasia. Este personaje alcanzó el cargo de
mayordomo real —una especie de primer ministro y general en jefe de las fuerzas— y lo
transmitió a sus descendientes, de modo que muy pronto se transformó la casa de Austrasia en
la más poderosa entre los francos.
Su prestigio creció más todavía cuando uno de sus miembros, Carlos Martel, obtuvo, en 732, la
victoria de Poitiers contra los musulmanes, que, después de haber invadido España, querían
continuar su conquista por la Galia. El hijo de Carlos Martel, Pipino el Breve, fue ya el
verdadero dueño del poder; finalmente, se decidió a consolidar su situación de hecho y pidió
autorización, indirectamente, al papado, para deponer al rey merovingio. Y una vez que la
obtuvo, se hizo elegir por los guerreros francos y consagrar por el propio papa. Así terminó la
dinastía merovingia y comenzó a reinar la que se llamó carolingia, en 751.
POITIERS. BAPTISTERIO DE SAN JUAN. El baptisterio de San Juan, en Poitiers, es uno de los
pocos monumentos que quedan de la época de los merovingios franceses. En el interior está
situada la piscina circular donde se administraba el bautismo según el rito antiguo.