GEOGRAFIA POLITICA - Definición y contenido de esta disciplina
ATRIBUTOS GEOGRAFICOS DE LOS ESTADOS: LAS FRONTERAS Y LA CAPITAL
No se concibe un Estado sin fronteras, que son para su territorio como la envoltura epidérmica
para los seres vivientes. Las fronteras definen en cierta manera al Estado, y el mirar el mapa
nos ha acostumbrado a identificarlos por la forma por ellas dibujada, como si fuera su
fisonomía. La frontera es un hecho de Geografía Política, pues en ella está protocolizado el
esfuerzo de expansión del Estado en su historial por la conquista del espacio, frente a los otros
Estados sometidos a idéntica coyuntura.
Pero dejemos el mapa, que es una representación convencional de la realidad geográfica, y
vayamos a la realidad misma. En ésta la frontera es una zona viviente de diferenciación política,
en que dos sistemas jurídicos independientes se miran frente a frente y se desafían y recelan;
una enorme cantidad de hechos peculiares nacen de esta confrontación y convierten a la zona
de frontera en un espacio con vida propia singularísima. Mas en verdad, ésta depende del tipo
de frontera de que se trate; es necesario, pues, puntualizar algunas distinciones.
Las fronteras son de muy distinto tipo y significado, pero ante todo son una franja de
diferenciación. En su forma más característica esta diferenciación debe ser, ante todo, de
carácter físico y como consecuencia comprender el aspecto humano en todas sus fases. Así han
sido las fronteras primitivas, las que separaban a los núcleos de "poblamiento" por
interponerse como zonas duras para la colonización; la frontera pudo tratarse así en comarcas
despobladas a través de las cuales se pasaba de un ambiente geográfico a otro muy distinto.
No importa que la frontera esté trazada con independencia de cualquier accidente geográfico,
como río, montaña, etc.; lo importante es la transfiguración geográfica que se opera y cuanto
más completa y rápida sea, mejor desempeña su papel de frontera. Por esto carece de
verdadero significa_ do geográfico la división, tan corriente como anodina, de fronteras
artificiales y naturales, comprendiéndose entre éstas las que pasan por un accidente físico
cualquiera; pero precisamente se entiende entonces como frontera natural a un pequeño río
que no subraya ninguna diferenciación natural. En cambio las llamadas fronteras artificiales,
como un meridiano que divide una franja de transfiguración geográfica, es en último análisis,
una frontera más completa que aquella otra. Así, pues, la Gran Muralla China define en
realidad una frontera natural, por cuanto se halla en una zona de transfiguración entre dos
ambientes geográficos y fue construida precisamente por la necesidad de afianzar la
separación de formas de vida distintas nomadismo y sedentarismo, a falta de accidentes
físicos que pudieran oficiar de vallas a las invasiones depredatorias.
Más valor representativo tiene una distinción entre los tipos de frontera según la cual se
reconocen fronteras esbozadas y de acumulación. Las primeras son aquellas líneas
generalmente rectas, a veces de miles de kilómetros, que surcan regiones despobladas, lejos de
los centros de "poblamiento". El tipo de estas fronteras se halla comúnmente en América y en el
continente africano. Las fronteras de acumulación son propias de los países superpoblados que
extienden su potencial de todo orden hasta la misma línea limítrofe. La frecuente tensión
internacional que caracteriza a los países que confinan con este tipo de frontera los obliga a
acumular en éstas el máximo de potencial económico, humano y militar. Los dos países se
miran frente a frente y es frecuente que el recorrido de la línea fronteriza encuentre a su paso
simultáneamente dos ciudades de los países comarcanos.
El estudio racional de las fronteras muestra por lo demás una enorme cantidad de hechos
peculiares propios de las comarcas fronterizas de diferenciación física o humana. Por ellos se
admite que tienen ellas una vida propia, sobre todo en las de tipo de acumulación, y que
constituyen franjas y comarcas que suscitan la mayor preocupación de los Estados celosos de
su patrimonio territorial y de su ordenamiento jurídico.
La ciudad capital de un Estado es como la cabeza de un ser viviente, como por lo demás lo
sugiere el significado etimológico de esa acepción. Análogamente, no se concibe un Estado
acéfalo, y son raros por añadidura, como en la naturaleza, los casos de bicefalía. El primer
problema de la capital es el de su ubicación en el territorio del Estado; ésta debe ser tal, que
ocupe un centro geográfico definido por las líneas maestras de comunicación del solar nacional,
un verdadero puente de mando, tanto más eminente y conspicuo, cuanto mayor sea la
extensión territorial del Estado y más compleja su integración regional. Algunos territorios
nacionales poseen una disposición tal, que la elección de capital no ha suscitado ninguna
controversia por el carácter natural de capitalidad, como es el caso de París o de Buenos Aires.
Pero en ciertos países la determinación de
la capital ha requerido una gestión laboriosa y a
veces ardua.
Las rivalidades de ciudades que se disputan la jerarquía de capital del Estado no son raras. En
Australia, país de grandes ciudades, las de Sydney y Melbourne, reclamaron para sí la
capitalidad y hubo de zanjarse el litigio por la construcción, ex novo, de una ciudad, Canberra,
la nueva capital del lejano país. En la república de Nicaragua se registró asimismo un ejemplo
de rivalidad entre dos ciudades, Granada y León, y no pudiendo allanarse la contienda se optó
por fundar una tercera, Managua, la capital actual, cuya prosperidad ha hecho palidecer a las
antiguas rivales.
La prosperidad de la ciudad capital, en el caso frecuente de que el emplazamiento de la misma
coincida con la localización de un punto de concentración de las fuerzas económicas, es un
hecho moderno que afecta por igual a los países jóvenes y a los viejos. Hay en el centro del
Estado, en efecto, una concentración tal de fuerzas políticas y económicas, y tenida en cuenta
por añadidura la tendencia universal a la vida urbana en desmedro de los medios rurales, que
no cuesta comprender el fenómeno de macrocefalía acusado por muchos Estados; la ciudad de
Montevideo, capital de la República Oriental del Uruguay, alberga casi la mitad de los
habitantes de este país, y las capitales de Chile y de la Argentina, cada una la cuarta parte del
haber humano de las respectivas naciones, lo mismo que Londres, Copenhague, Belfast (de
Irlanda del Norte) y otras muchas más, si se incluye a las capitales de Estado y de provincias.
Asimismo debe recordarse la coexistencia de dos capitales, como en la Confederación
Sudafricana, en la que Ciudad del Cabo es residencia del poder legislativo y Pretoria es capital
administrativa. Un caso parecido es el de Bolivia, cuya capital constitucional es Sucre, pero en
La Paz residen realmente las autoridades, y de Países Bajos, cuya familia reinante prefiere
residir en La Haya, aunque el gobierno tiene su sede en Amsterdam. En todos estos casos
median razones contingentes en pugna con los factores geográficos que pretenden imponer la
capitalidad del verdadero centro territorial.