GEOGRAFIA FISICA - Estructura del globo terrestre
En todas las épocas los terremotos violentos y la actividad de los volcanes explosivos han
impresionado vivamente la imaginación del hombre. Tampoco se han librado de esta poderosa
influencia los geólogos ocupados en desentrañar los misterios del interior del globo,
inaccesible a la observación directa, y casi unánimemente admitieron por mucho tiempo que la
Tierra se componía de una corteza relativamente sólida y fría, por lo menos en su porción más
superficial, sometida a frecuentes dislocaciones y movimientos, debajo de la cual se ocultaba
un núcleo enorme en estado fluido y sometido a grandes presiones y a elevadas temperaturas.
Numerosas especulaciones cosmogónicas parecían corroborar este punto de vista, ya que
atribuían las elevadas temperaturas del interior del globo al calor que el planeta conservaba
desde la época en que se desprendió del Sol o de una nebulosa incandescente.
Por otra parte, en las galerías de las minas más o menos profundas o en ocasión de la apertura
de grandes túneles, como el del Simplón (19 kilómetros de largo), se había notado un aumento
gradual de la temperatura a medida que se avanzaba en la profundidad o la distancia de la
superficie. Este incremento, llamado grado geotérmico, alcanzaba como término medio a 10
para cada 30 m. de descenso. Este aumento no era constante ni regular, pero por una
extrapolación relativamente audaz, se llegó a suponer que a profundidades de 50 ó 60 kms. el
aumento del calor podía llegar a provocar la fusión de todas las rocas o materiales
constitutivos de la corteza terrestre.
Admitido el núcleo fluido e ígneo, los volcanes resultaban ser aparatos naturales que,
aprovechando una fractura o abriéndose camino por el propio esfuerzo (tensión de los gases,
presión del material fundido), ponían en comunicación de una manera permanente o
transitoria el núcleo terrestre con la superficie de la corteza.
Hechos nuevos pusieron en duda a los geólogos sobre el verdadero estado del interior del
globo. Por un lado se descubrió que volcanes muy próximos entre sí no arrojaban los mismos
materiales eruptivos; esta comprobación, realizada en numerosos lugares, obligó a suponer
que cada volcán tenía su hogar o nido propio de alimentación. La suposición de un núcleo
continuo y fluido capaz de alimentar a todos los volcanes se esfumó momentáneamente y
muchos pensaron que era necesario revisar los viejos conceptos. La matria fluida, o magma,
constituía focos dispersos debajo de la corteza, tal vez sin ninguna comunicación entre sí, pero
suficientes para mantener la actividad volcánica.
Además, astrónomos y geólogos se preguntaron cómo era posible que la Luna y el Sol, que
podían provocar ascensos y descensos (mareas) tan sensibles en la relativamente delgada capa
de agua oceánica, no llegaran a producir efectos aun mayores en un núcleo enteramente fluido.
De acuerdo con cálculos y experiencias de Lord Kelvin y sus continuadores se llegó a la
conclusión de que, frente a la acción deformadora de los astros, la Tierra se comportaba como
un cuerpo más rígido que el acero. El estudio de la propagación de las ondas o vibraciones
producidas por los terremotos a través de la masa del globo corroboró perfectamente estas
conclusiones, y lo mismo ocurrió cuando se analizaron numerosos hechos que antes no se
habían estudiado debidamente, tales como el desplazamiento continuo de los polos terrestres,
etc.
RIGIDEZ DEL GLOBO TERRESTRE
Se aceptó, pues, que la Tierra era un planeta rígido, de corteza relativamente endeble,
constituyendo esta última algo así como la escoria de un gran núcleo metálico, compuesto
principalmente de hierro y níquel, dos elementos que se encuentran con relativa frecuencia
revelados en los cuerpos celestes, incluso en los meteoritos, algunos de los cuales llegan a caer
sobre la Tierra.