FILOSOFIA - La filosofía en el siglo XX
LA FILOSOFIA NEOKANTIANA Y NEOHEGELIANA
LA ESCUELA DE MARBURGO. Una orientación nueva por entero experimenta la
interpretación de Kant debida a HERMANN COHEN (1842-1917, Lógica del Conocimiento puro;
Etica de la voluntad pura; Estética del sentimiento puro), el fundador de la Escuela de Marburgo,
así llamada por haber surgido en la universidad de la ciudad alemana del propio nombre. Junto
a Cohen, sus más destacados representantes son PABLO NATORP (1854-1924, Pedagogía social;
Los Fundamentos lógicos de las ciencias exactas); ERNESTO CASSIRER (1874-1946; Concepto
de sustancia y concepto de Función), ALBERTO GÜRLAND, AUGUSTO STADLER, CARLOS
VORLXNDER, RODOLFO STAMMLER, ARTURO LIEBERT, KURT STERBERG.
Para la Escuela de Marburgo, el Kant histórico constituye tan sólo la pauta orientadora y un
presupuesto de trabajo. El método de la filosofía es la reflexión trascendental. Como lo enseñó
Kant, esta vía metódica reside en descubrir las leyes inmanentes de la experiencia, las
condiciones nomotéticas (legales) que hacen posible ciencia y moralidad, artes y religión...
Sobre Kant, empero, subraya la filosofía marburguense este triple problema: Primero: es preciso
elevar a concepto central de las ciencias naturales el concepto de lo infinitamente pequeño, cuya
expresión matemática es el cálculo infinitesimal. Segundo: a diferencia de Kant, la explicación
teorética de las propias ciencias ha de tener su punto de partida en el pensar y no en la
sensibilidad. Tercero: es inconsecuente aceptar la "cosa en sí" a manera de un ser independiente
de toda conciencia, esto es, conforme a la interpretación realista. La "cosa en sí", tal como lo ha
formulado perspicazmente Kant en los Prolegómenos, es, más bien, un concepto límite.
La primera de las ciencias filosóficas fundamentales es la lógica o teoría del conocimiento, que
es una autocrítica del pensar científico. El concepto medular de esta disciplina es el concepto
categorial del "origen". Todos los juicios científicos se van elaborando en determinadas
direcciones, vale decir, conforme a ciertas categorías. Estas no son conceptos innatos, sino
condiciones puras del conocimiento científico. Las funciones categoriales del pensar científico se
implican. Raíz de todas ellas es el juicio del "origen". Lo "dado" en el conocimiento corresponde
a la incógnita de su problema matemático, que no es el meramente indeterminado, sino lo
determinable, en suma, algo. ¿De dónde proviene lo dado? Respuesta: por el rodeo de la nada
crea el pensar el origen de algo. Lo dado es la "no nada", es decir, el juicio in-finito, que tan
equivocadamente ha excluido la lógica tradicional. Mas esta "no nada" es determinable, como lo
exhibe la ciencia, en una tarea perfectible.
Importantísimos conceptos de la ciencia moderna (á-tomo in-consciente, incondicionado...) han
sido posibles gracias a este juicio. El propio concepto de lo infinitamente pequeño, instrumento
medular de la ciencia natural exacta, es tributario de esta ley lógica del "origen", así llamada por
los neokantianos, para purificar de residuos realistas el concepto de "síntesis" de Kant.
La ética es la teoría del sector de la cultura llamada moralidad o del deber ser, conforme a la
fórmula general kantiana. El deber ser tiene una consistencia, un ser, pero no es real. También se
determina el tema de la ética como el estudio de la totalidad infinita de lo humano, con lo cual
se alude a la idea de humanidad.
La ética, de parecida manera que la lógica, trata de determinar la esencia y formas de una
legalidad fundamental de la cultura: la de la moralidad. Esta ley recibe el nombre de voluntad
pura. Un hombre quiere y obra a tenor de esta ley cuando por su querer y obrar se convierte en
un miembro pleno de valor de la comunidad, de una comunidad de cultura de hombres libres; o
en otras palabras, cuando quiere y obra en el sentido de la voluntad social pura, según las
condiciones de una comunidad humana lo más comprensible posible de los valores
universalmente válidos. Sólo quien obra y quiere teniendo el deber a modo de estrella polar de
su conducta, quiere y obra en el sentido de la voluntad pura.
La estética constituye la tercera ciencia filosófica fundamental. De esta suerte queda acreditada y
garantizada su autonomía e independencia dentro del sistema de la filosofía. La creación
artística en su evolución histórica constituye el factum o materia de la reflexión de la estética
filosófica.
El sistema de la estética establece en primer término las indisolubles relaciones del arte con los
demás productos de la cultura, una vez que ha determinado su peculiar esencia. La fontana de
la producción y contemplación estéticas es la fantasía creadora o libre. Cohen indica que el
órgano del arte es el sentimiento y, a decir verdad, el sentimiento puro, por el cual hay que
entender el amor al hombre en la totalidad de su esencia.
Junto al concepto de belleza, se estudian también los valores de la gracia, la ironía, la comicidad
y, sobre todo, lo sublime y el humor. Estos dos últimos valores son postulados de toda obra de
arte, ya que éste reside en representar el ser (la naturaleza) como debiendo ser, y el deber ser
como siendo, gracias a la ficción de la fantasía y a la unidad de la conciencia creadora. En lo
sublime predomina la naturaleza sobre la exigencia moral; en el humor, a la inversa, la moral
sobre la naturaleza.
La filosofía de la historia, dice Pablo Natorp, investiga bajo el signo de la idea de progreso, los
grandes tipos de concepciones del mundo de las diferentes épocas. En la primera etapa (pueblos
orientales) predomina una concepción tradicionalista de la existencia, en donde la persona
humana carece de propio valor. La época del tradicionalismo representa el tipo histórico de la
cultura de la subordinación: el hombre se encuentra encadenado a su pasado, sometido a las
tradiciones de la historia. Con los griegos se inaugura otro estilo de cultura. Poco a poco va
ganando terreno la idea de que la cultura es obra y creación del hombre, conquista prometea. El
griego percibe que las tradiciones proceden de su voluntad y de su inteligencia, de las
profundas energías de su ser; llega a tener conciencia de su libertad, de su intrínseco valor, de su
jerarquía en el mundo. En el cristianismo se acentúa el peculiar valor de la persona humana,
partiendo de supuestos teológicos. En la edad moderna, al fin, el individuo cobra conciencia de
su radical autonomía y va descubriendo en todos los dominios de la cultura el valor terreno de
la existencia: el afán de vivir es afán de creación, y el hombre, un colaborador de la eterna tarea
de la cultura. Contra todas las concepciones pesimistas de la historia (Spengler), hay que
acentuar con optimismo que el día de la humanidad apenas se inicia.