FILOSOFIA - La filosofía en el siglo XX
LA FILOSOFIA NEOKANTIANA Y NEOHEGELIANA
LA ESCUELA DE BADEN. - Hacia la misma época que Cohen fundaba la Escuela de Marburgo,
creó GUILLERMO WINDELBAND (1845-1915) la Escuela de Baden. Para esta escuela la
filosofía es una teoría comprensiva de los valores de la cultura. Comparte, empero, con la
Escuela de Marburgo la actitud antimetafísica y el uso sistemático del método de la reflexión
trascendental. Al lado de Windelband (Preludios; Introducción a la Filosofía; Historia y Ciencia
Natural; Historia de la Filosofía...) figuran EMILIO LASK, BRUNO BAUCH, RICARDO
KRONER, y sobre todo ENRIQUE RICKERT (1863-1936), El objeto del Conocimiento; Los
Límites de la conceptuación científico natural; Sistema de Filosofía).
"Entender a Kant, significa superar a Kant", dice Windelband. La tarea de la filosofía debe ser
completar los grandes rendimientos de Kant.
En la metodología y lógica de las ciencias hay que establecer un distingo radical. Existen dos
clases de ciencias: las nomotéticas y las idiográficas (culturales). Las primeras descubren leyes:
las segundas describen y explican hechos particulares. El método de la historia discrepa
esencialmente de la investigación naturalista. El fin supremo de las ciencias naturales
generalizadoras es aprehender en el menor número de conceptos ordenados un sistema unitario
de fenómenos. La física, la química, la biología y la astronomía, entre otras, van en pos de la
conquista de leyes causales de validez incondicionada.
Otro es el método de la historia. Aquí se busca lo cualitativamente diferente, lo singular. Las
ciencias naturales generalizadoras transforman las semejanzas de su material en identidades.
Ahora bien: como la matemática opera con unidades homogéneas, para esa clase de ciencia
las naturales generalizadoras "saber es medir". En la historia, en cambio, se trata de comprender
lo heterogéneo. "La historia nunca se repite", dice el viejo adagio. Pero sería absurdo creer que la
historia no se sirve de conceptos generales para cumplir su tarea: la descripción y explicación de
los bienes culturales. Todo historiador emplea conceptos para narrar los acontecimientos
singulares. Para elaborar la historia del arte griego, por ejemplo, echa mano de multitud de
conceptos de carácter general. Desde luego, parte de una idea general de arte, de arquitectura,
pintura, etc. Para describir el origen del cristianismo, recurre a nociones como religión, rito, etc.
La historia, desde este punto de vista, sigue el camino inverso de la ciencia natural. Esta última
se eleva inductivamente, de lo particular a lo general; la historia, a la inversa, parte de lo general
para descender a los hechos singulares.
Puesto que el designio de la historia es describir y explicar los bienes culturales, se comprenderá
que los conceptos de que se sirve el historiador, en sus descripciones, sean nada menos que los
valores de la cultura (verdad, belleza, bondad, utilidad, santidad, etc.). La lógica de la historia
llama avalorar a este mecanismo, merced al que se distingue el bien cultural del que no lo es.
Gracias a los valores puede el historiador discernir entre hecho natural y hecho cultural, pues la
cultura es lo dotado de valores, la portadora de valores. Avalorar, en suma, es el método que,
partiendo de los conceptos de valor, determina qué acontecimientos (costumbres, instituciones,
ritos) merecen el nombre de bienes culturales. El historiador no tiene por tarea decir lo que son
los valores mismos semejante investigación es faena filosófica; se limita a recibir estos
conceptos; sólo los
aprovecha en sus elaboraciones. Avalorar es algo distinto de valorar. Esto
último significa fijar positiva o negativamente lo que sean los valores. Avalorar, en cambio,
quiere decir que tal o cual hecho es portador de valor; avalorar es referir a valores. El método
avalorativo de la historia "permite al historiador reconocer las personas, las colectividades y los
acontecimientos que han tenido importancia en la evolución de la cultura. No necesita para ello
valorarlas positivamente o negativamente. Lutero, por ejemplo, es importante para los
historiadores protestantes, como para los católicos, por muy distinto que sea el juicio que les
merezca. (Si en efecto intentan valorarlo.)"
La filosofía de los valores no sólo presenta una serie de ciencias fundamentales; también ofrece,
enseña Rickert, un sistema de ellas. La base de este carácter del conocimiento filosófico, se
encuentra en la jerarquía propia de los valores culturales a la vez que en su clasificación.
El valor es el acto de preferir, cuyo cultivo conduce a un grado de perfección humana.
Determinar este grado de perfección que los valores son susceptibles de incorporar a los bienes
de la cultura es determinar su jerarquía. Se pueden distinguir tres de estos grados.
Existen valores que dan lugar a bienes cuya perfección se encuentra en un futuro perenne. La
ciencia y la moralidad son bienes culturales de este linaje. Ni el conjunto de los conocimientos
científicos siempre creciente, ni la vida moral del pasado y presente, históricamente
determinable, son formaciones de la cultura que se hayan realizado en forma perfecta. Respecto
a la ciencia, se ha observado que a medida que conquista nuevas verdades se propone más y
más problemas. Las cuestiones por resolver de los investigadores contemporáneos son
incomparablemente mayores que las que se propusieron el siglo pasado y sin disputa superarán
en número las que tengan ante sí en los siglos venideros. Esto no quiere decir, por otra parte,
que la ciencia no se perfeccione. Tal vez ningún territorio de la cultura como éste ostente un
continuo progreso. Descubrir un problema es ya avanzar en la tarea infinita de la investigación.
El valor ético fundamental de la bondad preside un bien de la cultura que tampoco ha logrado
la perfección. La moralidad tiene como desideratum una comunidad de hombres buenos; y esto
tan sólo se ha realizado alguna vez en el pensamiento de las utopías de poetas y visionarios. La
moralidad y la ciencia son, pues, bienes del futuro. Pertenecen al primer grado de la perfección,
que se ha designado de la totalidad infinita, ya que la tarea total de ciencia y moralidad es
interminable, infinita.
El segundo grado de perfección aparece en los bienes culturales del arte y las relaciones
amorosas. Se ha dicho que en cosas de arte, la obra maestra es igual a la obra maestra. Semejante
afirmación es rigurosamente exacta. Demuestra poca penetración estética suponer que la Iliada
supere en belleza a Don Quijote, o que la dramática griega desmerezca, artísticamente hablando,
ante la producción de Shakespeare. Y es que estos bienes particulares han realizado plenamente
la belleza.
Lo mismo puede decirse de las relaciones amorosas. El valor felicidad se logra íntegramente
cuando, por ejemplo, la inclinación hacia el prójimo se corresponde con la entrega del ser amado.
La perfección de las obras de arte y de las uniones amorosas se alcanza por modo completo en el
instante en que se realizan. Arte y erótica son bienes del presente. Pero ambos igualmente no
aspiran a una totalidad ni a una infinitud. Sus bienes son objetos particulares y finitos aunque
de un incomparable valor. Por estas razones se ha llamado particularidad finita al grado de
perfección que logran las obras maestras del arte y las uniones amorosas.
Un tercer grado de perfección tratan de alcanzar los valores trascendentales de la religión y de la
mística. El hombre que busca estos valores no aspira a bienes del presente ni a bienes del futuro;
su desideratum arraiga en bienes de eternidad, ausentes de toda peripecia temporal: la
contemplación de Dios. A través de la santidad se desea un estado de beatitud imperecedero,
eterno. Pero si bien este estado habría de superar toda medida del tiempo, no por eso implicaría
el trabajo perenne de la ciencia y de la moralidad; no tendría esta tarea infinita; sería un estado
de reposo, de plena tranquilidad. Esta última circunstancia ha conducido a llamar a este grado
problemático de perfección totalidad finita.
En lo que concierne a la clasificación de valores y bienes culturales, conviene tomar dos puntos
de vista sucesivamente con vistas al sistema de la filosofía.
Hay ciertos núcleos axiológicos que se realizan en bienes culturales que son personas; otros, lo
llevan a efecto en cosas. Los primeros, por otra parte, encarnan en una pluralidad de hombres;
son personas sociales; los segundos constituyen, por no implicar la interacción humana,
verdaderos objetos asociales. El valor felicidad, lo bueno de una acción y lo santo de una actitud
humana, no pueden realizarse sino en personas. En cambio, la belleza se consume en cosas
(arquitectura, escultura, etc.).
La realización de valores a menudo implica en el individuo que los vive, una acción que tiende a
modificar o transformar los objetos y personas de su mundo circundante. Hay otras formas
axiológicas, en fin, donde la persona no trata de modificar el medio en que discurre su existencia.
El hombre en su vida moral influye siempre por medio de la acción sobre la conducta de sus
semejantes, lo mismo que el hombre henchido de amor. Diferente actitud asume el individuo
cuando trata de alcanzar un conocimiento de la naturaleza o de contemplar una obra de arte. En
este último caso, no pretende transformar lo que le rodea; se limita a captar los hechos que se le
ofrecen. La primera actitud podría llamarse actividad; la segunda, captación.
Esto no quiere decir que en toda vivencia de valor el sujeto no tenga alguna actitud determinada:
al contrario, toda participación en la cultura implica una especial manera de comportarse. En la
vida moral esta actitud subjetiva es la conducta autónoma; en el arte, la contemplación; en la
unión amorosa es ya una suerte de inclinación, ya una especie de entrega.
En íntima relación con la actitud subjetiva que se guarda frente a los bienes de la cultura se
encuentra la idea de la concepción del mundo. Esto último significa aquella peculiar manera de
estimar (valorar) las muchas actividades que lleva a cabo el hombre. Hay quien sostiene sobre
estas cosas que el arte es lo más digno en la vida, como hay quien declara que ese rango de valor
lo merece la ciencia o la religión. En general toda sobreestimación de un territorio de la cultura
conduce a una concepción del mundo parcial, o como también se dice, unilateral. Se descubren
diversos tipos unilaterales de concepciones del mundo. El intelectualismo, el esteticismo, el
erotismo, el teísmo, son peculiares formas de sobreestimar la verdad, el arte, el amor, Dios.