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FILOSOFIA - La filosofía del Renacimiento 
La época del Renacimiento no fue un mero retorno a la literatura y plástica de la Antigüedad.
Trajo consigo una vasta renovación de la existencia humana, una nueva concepción del mundo
y de la vida: con Maquiavelo se lanza una atrevida doctrina de la Sociedad y el Estado; Lutero
pide una tradición de libertad, en las relaciones del creyente con la Iglesia; Montaigne predica
una concepción más mundana de las relaciones morales del hombre, y Copérnico y Galileo,
Descartes y Bacon, emancipan la ciencia y la filosofía de su concepción medieval.
El retorno a la Antigüedad y la conciencia del progreso fué lenta. Ya a través de toda la Edad
Media había circulado un movimiento de tradición clásica; el latín era la lengua oficial; el
trivium y el cuadrivium, herencia del helenismo; la escolástica se documentaba en Aristóteles;
pero ahora la cultura grecorromana se hace objeto de una nueva valoración; se la estudia y
comprende con un espíritu muy diferente: ya no se ve en ella un recurso aprovechable para
educar en los dogmas de la religión cristiana; se la admira en su intrínseco valor, como floración
de una época, no sólo no superada, sino ni siquiera igualada.
Con parecida actitud a la de Sócrates y los sofistas, los hombres del Renacimiento se sienten
individuos independientes y libres; quieren admitir de la tradición medieval sólo lo que puede
exhibir sus credenciales de verdad objetiva; se engendra en ellos una alta conciencia de su
propio valer: la fe y la obediencia, la renunciación y la humildad, se truecan en orgullo y osadía,
voluntad de poder y de aventura.
No ha sido fortuito, dice W. Windelband, que al lado de París, los centros de la vida intelectual
se multiplicaran cada vez más. Si ya antes Oxford había adquirido propia importancia como ho
gar de la oposición de los franciscanos, ostentan ahora vida independiente por supuesto Viena,
Heidelberg, Praga, después las incontables academias de Italia y, al fin, las universidades de la
Alemania protestante. Pero desde luego, gana la vida literaria, gracias al descubrimiento de la
imprenta, tal extensión y un desarrollo de tal suerte ramificado, que acaba por desprenderse del
rígido nexo de escuela, rompe las cadenas de la tradición erudita y se traduce en el surgimiento
autónomo de las personalidades. De esta guisa llega a perder la filosofía su carácter gremial, y
se convierte, en sus mejores creaciones, en libre actividad de los individuos; busca sus fuentes en
toda la amplitud de la realidad, y se presenta también, públicamente, con la vestimenta de las
modernas lenguas nacionales.
En circunstancias tales, entra la ciencia en un agudo estado de fermentación. Dos milenios de
viejas formas de vida espiritual parecen sobrevividos. Un apasionado afán de renovación, aún
oscuro, mueve a los espíritus, y la excitada fantasía se adueña de este ambiente. Se llevó a la
filosofía toda suerte de intereses de la vida terrena: el prepotente desarrollo de la vida política, el
rico acrecentamiento de la cultura externa, la difusión de la civilización europea en las otras
partes del planeta; no menos que la alegría mundana del arte recién aparecido. Y esta viva
muchedumbre de nuevos hechos hizo que la filosofía ya no se sometiera preferentemente a
ciertos intereses; que, más bien, acogiera en su seno a todos, y con el tiempo retornara a las
libres faenas del conocimiento, al ideal del saber por el saber mismo.