FILOSOFIA - Platón
FILOSOFIA PLATONICA
Trataremos sucesivamente de las siguientes cuestiones conexas:
1- Los géneros, las especies y las Ideas.
2- La participación de los objetos de la sensación en las Ideas.
3- El acto ideatorio.
La dialéctica platónica se eleva desde los datos de la sensación hasta las Ideas. Los conceptos
han de precisar la esencia de las cosas señalando los caracteres que distinguen un género de otro.
He aquí cómo se describe el procedimiento para la determinación de que tratamos: "Para
ejercitarte mejor todavía, declara Platón en el Parménides, precisa que no te contentes con
suponer la existencia de alguna de esas Ideas de que hablas, sino que examines las
consecuencias de tu hipótesis. Es menester que supongas la no existencia de la misma Idea. Así,
por ejemplo, si quieres meditar la hipótesis de Zenón sobre la existencia de la pluralidad,
examina lo que debe suceder, tanto a la pluralidad misma en lo relativo a sí propia y a la unidad,
como lo referente a la unidad en sí y a la pluralidad. También te urgirá considerar lo que
sucedería si no hubiese pluralidad, y a cada una en lo relativo a sí y a su contraria". Es decir, que
la hipótesis de una Idea debe ser minuciosamente examinada, y sólo debe admitirse cuando,
después de haber examinado cada supuesto, se colija de este examen analítico la congruencia de
la Idea con lo ya admitido y comprobado.
Aristóteles afirma que Platón "admite una Idea para toda clase de seres existentes", o, como dice
Platón en la República, "en donde con un nombre se designen muchas cosas", porque una clase
es, precisamente, el conjunto indefinido de cosas que se designa con un nombre general. Por
tanto, no se debe pensar que Platón reserva las Ideas para sólo las esencias de los seres
inmateriales y de los valores supremos, sino que todas las cosas designables por un nombre
general se refieren a Ideas. Parménides advierte a Sócrates que no sólo hay la Idea de lo justo, de
lo bueno y de lo bello; del hombre, el fuego y el agua; sino que también tienen participación en
las Ideas "el barro y la basura". Un filósofo que acepte la doctrina de las Ideas no debe retroceder
ante la congruencia del principio de universal explicación, que lo conduce a admitir, al lado de
las esencias de los seres inmateriales, las esencias de los seres materiales. Husserl, como Platón,
al referirse a lo eidético, admite también esencias materiales.
La marcha dialéctica hacia la consecución de la verdad contiene varios episodios: de los datos de
la sensación, primeramente, a las especies y los géneros, y, de éstos, a las Ideas. En el
conocimiento se va de la conjetura (eikasia), por la fe (pistis) y el razonamiento o discurso
(dianoia), a la intuición o razón (nóesis). La conjetura y la fe conocen sensiblemente lo sensible.
El razonamiento (dianoia) introduce al conocimiento de los géneros y los seres matemáticos;
pero resulta hipotético en sus fundamentos; no lleva a la ciencia perfecta; sólo la intuición, la
razón (nóesis), es el conocimiento de los principios, de las Ideas; y las Ideas de lo bello, lo bueno
y lo verdadero organizan, en la cúspide, este mundo eidético, último fundamento de toda
realidad y de todo saber: "Sí, el que abarca el conjunto de las ciencias, dice Platón en la
República, es el dialéctico". Y agrega en el Filebo: "Renegaría de nosotros la dialéctica si
colocásemos a cualquiera otra ciencia sobre ella". Aquí se echa de ver la intimidad profunda de
la Dialéctica y la Ontología platónicas; como en Aristóteles, también se exhibe la de la Lógica y
la Metafísica.
La inteligencia de Platón es eminentemente poética, a la vez que filosófica en toda su
profundidad; por esto elabora el mito de la Caverna en que refleja la serie de los grados del
conocimiento, a que nos acabamos de referir. Dentro del antro sólo se perciben formas vagas.
Este es el conocimiento sensible. Al salir el cautivo de la cueva, no puede mirar el Sol, ni los
objetos muy iluminados; pero, poco a poco, va pudiendo elevarse, en su visión, hasta que es
capaz de fijar su mirada, siquiera por un instante, en el luminar que todo lo revela. Así se pasa
del conocimiento sensible v la opinión, al conocimiento inteligible y la intuición eidética.
Para algunos críticos, la cuestión de las relaciones entre el mundo de las Ideas y el de los
fenómenos "no la expone Platón con claridad ni parece tener sobre ella una opinión decidida".
A nosotros nos parece suficientemente claro el texto del Parménides, donde se formula la
solución del problema en los siguientes términos: "Estas Ideas son como modelos en la
naturaleza. Todos los objetos son sus copias e imitaciones. En cuanto a la participación en las
Ideas, no es más que la semejanza". De aquí el nombre griego que emplea el filósofo para
designar lo que hemos traducido por modelos, a saber: paradigmas. Es decir, de este modo
preciso entendemos la participación: la Idea incorruptible, inmóvil, fuera del tiempo y el espacio,
es por sí misma; y el fenómeno sensible, corruptible, cambiante y variable en el espacio y el
tiempo, es una copia imperfecta del arquetipo. Lo que tiene en sí de imperfección lo debe a ser
copia y no paradigma; por esto se corrompe, se muda, se esfuma, se hace borroso, inconsistente
en sí, perecedero. La Idea es absolutamente clara y única; el fenómeno confuso, transitorio, irreal.
Saber verdaderamente es saber por las Ideas; saber sensiblemente, es sólo conjeturar. Sabe el que
intuye el paradigma; opina, apenas, el que se contiene en los datos de la sensibilidad. ¿Por qué
es confuso el mundo del fenómeno? ¿Por qué nada tiene límites fijos ni precisos? Por la
imperfección de cada copia, por lo borroso de cada reminiscencia, por lo atenuado de cada
reproducción, por lo impermanente de cada figura, por lo inexacto de cada formación.
En el grave problema de la definición de la inteligencia humana, Bergson ha propuesto la
solución de caracterizarla por su obra. La inteligencia sería, en suma, la facultad de crear útiles,
máquinas, o sea, útiles con que formar nuevos útiles, y de variar constantemente las condiciones
de la fábrica; pero esto es definir la inteligencia por la técnica; y el acto diferencial sería, más
bien, según Platón, la ideación de lo universal, el acto noético de intuir la esencia, de elevarse a
la Idea. El animal queda siempre constreñido en un aquí y ahora. El hombre va a la intuición del
paradigma. Ya tendremos oportunidad, ulteriormente, de desarrollar esta tesis cuando
analicemos la obra de Scheler. En cuanto a Platón, en el Banquete, por ejemplo, nos demuestra
cómo para hacer conocer completamente un objeto cualquiera precisa explicar su naturaleza, su
origen, sus especies y su fin. Tratándose del amor, redacta diversos discursos en que examina
cada una de estas significaciones. Fedro habla de los efectos del Amor; Pausanias, de las
diversas especies del Amor; Erixímaco trata del Amor que reina en todas partes, extendiendo su
poder sobre el alma y la naturaleza y produciendo la armonía, tanto en el universo como en el
alma; Aristófanes forja una hipótesis sobre el origen del propio objeto de conocimiento,
dialécticamente investigado; Agatón insiste sobre la naturaleza del Amor que, por su esencia
sutil, es tierno y delicado, justo, templado, fuerte, hábil, capaz de reunir a los individuos en
familias y establecer las sociedades, puesto que los hombres tienen necesidad unos de otros, y el
amor les inspira el deseo de otorgarse mutuamente lo que les falta; por fin, Sócrates declara que
el Amor no es bello ni feliz, que no es un dios, que siempre es el Amor de algo; por esto desea la
cosa que ama y no posee, puesto que no puede desear lo que posee; el Amor es, entonces, un
término medio entre lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo; es un demonio, ni mortal ni inmortal;
muere y revive. El propio objeto del Amor es la producción de la Belleza; ésta, en vez del Amor,
es el signo del orden y la armonía de la existencia, y la belleza suprema es moral e intelectual. Lo
Bello es un paradigma que no depende del tiempo, ni del cuerpo, ni del pensamiento; sino que
es uno e idéntico, invariable e increado; esto es lo que se ama siempre, desde las formas del
Amor sensible hasta las formas más sublimes del Amor. El objeto intencional de todo Amor es la
Idea platónica de la Belleza. He aquí el acto ideatorio, noético, que se compenetra con el objeto
del conocimiento, después de haber sido preparado por el trabajo dialéctico, según se ha
expresado con antelación. Porque según Platón, saber es recordar.
La ética platónica se fundamenta sobre la dialéctica del "eros", del Amor; así corno la aristotélica,
sobre la teoría de la amistad (filia). El cristianismo reivindicará la ética de la caridad. Pero la
mente griega, así como es ajena a la idea de creación, lo es al pensamiento del amor cristiano.
"Dios es caridad", dice San Juan. Este augusto misterio es el que simbolizaría Jesucristo,
apareciendo al terminar el Banquete platónico con su cáliz en las manos, diciendo: "Soy el pan
de vida: el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás".
"El pan que yo daré es mi carne, la cual daré por la vida del mundo". (San Juan, VI, 35 y 51).