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FILOSOFIA - La filosofía del Iluminismo
JUAN JACOBO ROUSSEAU
El Iluminismo tiene un carácter racionalista y desdeña la vida del sentimiento. JUAN JACOBO
ROUSSEAU rompe lanzas en favor de una filosofía romántica y del sentimiento. Es la figura
más importante del Iluminismo en Francia. Nace en Ginebra en 1712 y muere en Ermenonville
en 1778, después de una vida llena de aventuras y perturbada a la postre por melancolía y
manía de persecución. Sus obras principales son: Confesiones autobiográficas; Discurso acerca
de las Ciencias y las Artes, 1750; Discurso acerca del origen y fundamentos de la desigualdad
entre los hombres, 1753; La nueva Eloísa, 1761; Emilio, o La Educación, 1762; El Contrato Social,
1762.
La entraña del movimiento romántico es la vida sentimental: el motor de arte y religión. Su
mundo de ideas presenta dos aspectos: uno positivo, otro negativo. Negativamente considerada,
es la concepción romántica un afán polémico contra la concepción racionalista del mundo y de
la vida; vista por su lado positivo, es la acentuación jubilosa de las formas sentimentales de la
vida del espíritu: la fantasía, la intuición, el anhelo de infinito, las fuerzas irracionales del alma.
Rousseau es el primero que se opone al intelectualismo de la Epoca de las Luces clamando por
una concepción originaria y natural de la vida. De la realización de su lema: "Volvamos a la
naturaleza", espera la rehabilitación del género humano. Pero la lucha contra el artificialismo en
la vida y en la educación, sólo puede lograrse despertando en el hombre, desde niño, una
manera de comprender y valorar la existencia conforme a la naturaleza. "Todo sale perfecto de
las manos del autor de las cosas; todo degenera en las del hombre. Obliga a una tierra a
alimentar los productos de otra, a un árbol a producir los frutos de otro; mezcla y confunde los
climas, los elementos; mutila a su perro, a su caballo, a su esclavo; lo trastrueca todo, lo
desfigura todo; ama la deformidad, los monstruos; no quiere nada tal como la naturaleza lo ha
hecho, ni siquiera al hombre; necesita amaestrarlo para él, como a un caballo de pista; necesita
modelarlo a su modo, como a un árbol de su jardín".
Por naturaleza entiende Rousseau la vida ordinaria, pura, no influida por los convencionalismos
sociales. El hombre natural no es, precisamente, el hombre primitivo prehistórico. La intrínseca
naturaleza del hombre, lo propio e innato en él, caracteriza este estado de naturaleza.
Ahora bien, en la base de la naturaleza humana, se hallan dos sentimientos, que en cierto modo
se compensan: el amor propio y la compasión. La propia razón es un aspecto de la conciencia,
menos profundo que la vida emotiva. La función intelectual de la conciencia tiene el oficio de
dirigir los impulsos y sentimientos del amor propio (egoísmo) y del amor del prójimo
(altruismo). "Existir es sentir. Nuestra sensibilidad es indiscutiblemente anterior a nuestra
inteligencia y nosotros hemos tenido sentimientos antes que ideas. Cualquiera que sea la causa
de nuestro ser, esta causa ha procurado nuestra conservación dándonos los sentimientos
convenientes a nuestra naturaleza y no se puede negar que, por lo menos, éstos son innatos. En
relación al individuo, estos sentimientos son amor de sí mismo, el temor del dolor, el horror a la
muerte, el deseo de bienestar".
Sobre esta base plantea Rousseau el problema de la cultura, el problema de si y en qué medida
la civilización, el progreso humano, ha fomentado la moralización y verdadera felicidad del
hombre. El tema se extiende ni más ni menos que al valor y sentido de la historia universal.
Rousseau comienza por señalar que todo el auge del saber y todo el refinamiento de la vida han
hecho a los hombres cada vez más infieles a su verdadero destino y a su verdadera esencia.
Precisamente Rousseau ve el más grave daño de la época y el más triste desvío de la humanidad
en el Iluminismo puramente racional, que pasa por alto y ahoga la voz del sentimiento natural,
y por ende, se convierte en ateísmo y en moral egoísta. La historia ha corrompido al hombre con
su construcción artificial de la sociedad civilizada. Bueno y puro ha salido éste de la mano de la
naturaleza, pero su evolución lo ha distanciado poco a poco de la naturaleza. Rousseau
encuentra el principio de esta "degeneración" en el origen de la propiedad privada, que ha
traído consigo la división del trabajo y, con ello, la separación de las clases; en fin, el origen de
todas las malas pasiones; esto fue lo que el intelecto puso al servicio del egoísmo.
Frente a este estado no natural de la barbarie civilizada, aparece de inmediato el estado de
naturaleza como el paraíso perdido, y en esta forma encontró su alimento la nostalgia de una
época intelectual y moralmente cansada, en las obras de Rousseau, sobre todo, en la Nueva
Eloísa. 
A pesar de su violenta crítica de la propiedad privada, no saca Rousseau consecuencias
socialistas. Su doctrina política es el contrato social. La sociedad es un convenio de los hombres.
La voluntad del pueblo es el origen de la soberanía y de las leyes; los gobernantes son
mandatarios, a quienes pueden poner y deben poner los ciudadanos cuando así les plazca. En
otras palabras, cada hombre no debe ser sólo objeto, sino también sujeto de poder.
Así lo pide la verdadera naturaleza humana, pues Rousseau no pretende con su grito "volvamos
a la naturaleza", retornar a un estado de naturaleza asocial. Estaba convencido de que el hombre
está provisto por el Creador de cierta capacidad de perfección. Por eso, el cultivo de esta
disposición natural es un deber y una necesidad. Como la historia ha sido conducida por falsas
rutas hasta ahora, precisa comenzar de nuevo la evolución humana. Para ello, hay que reformar
la vida social conforme a un principio de igualdad jurídica y libertad personal. Y esto sólo
puede lograrse mediante la educación. De ahí que para Rousseau el problema político dependa
en última instancia del problema pedagógico y que su obra filosófica fundamental sea la novela
del "Emilio".