ASTRONOMIA - La Luna
HIPOTESIS SOBRE LOS CRATERES LUNARES
Se han propuesto varias teorías para explicar el origen de los cráteres lunares, entre los que
sobresalen: la volcánica, la cósmica y la meteórica.
La idea del origen volcánico de los cráteres lunares no sólo es la más obvia, sino incluso la
admitida aún hoy en día por la mayor parte de los astrónomos. Los partidarios de esta
explicación suelen hacer resaltar la semejanza existente entre los círculos lunares y los
volcanes terrestres; y así, en el volcán Tenerife de las Islas Canarias se observan, como en los
cráteres de Tycho Brahe y Copérnico, pequeños cráteres interiores. Las aureolas de trazos
radiales que parecen emanar de algunos cráteres se explican diciendo que serían ríos de lava.
La multitud de cráteres lunares se atribuye en esta teoría, al hecho de que en la Luna los
nuevos cráteres no se borran, como en la Tierra, por las acciones erosivas. Pero, contra esta
seductora explicación del origen volcánico de los cráteres lunares, no faltan razones que
tiendan a debilitarla, entre otras el hecho de que en la Tierra no existe ningún volcán activo,
cuyo cráter pase de dos kilómetros; mientras que la Luna, a pesar de tratarse de un astro
mucho menor, ostenta circos de más de 100 kilómetros de diámetro.
Otra hipótesis antigua, defendida por el geólogo SUESS y por los astrónomos LOEWY y
POISEAUX, es la llamada cósmica, la cual supone que los círculos lunares se formaron de
una manera parecida a los hoyos que se advierten en una superficie de masa pastosa, que ha
estado sometida a la ebullición: las burbujas formadas por los vapores salidos de su masa, al
reventar, dejan un pequeño circo redondo, provisto generalmente de una prominencia
central. Los partidarios de esta hipótesis aseguran haber observado en la Luna la existencia
de dos burbujas convexas de unos 40 kilómetros de diámetro, la una en las proximidades del
cráter Arago y la otra en el mar de la Tranquilidad.
La hipótesis meteórica, propuesta por GRUITHUISEN en 1840 y defendida por PROCTOR en
1873, sostiene que los cráteres de la Luna se deberían a bólidos caídos en su suelo. La Luna
dicen los partidarios de esta explicación recibe seguramente como la Tierra, aerolitos
animados de una velocidad media de 40 kilómetros por segundo, sin que esta velocidad se
vea reducida por ninguna atmósfera. Confirman esta manera de ver las experiencias
efectuadas sobre arena con obuses que producen cráteres muy parecidos a los circos lunares,
con la particularidad de que algunos de ellos alcanzan un diámetro de hasta 30 metros, o sea,
cien veces mayor que el del proyectil. Además, estos cráteres son siempre circulares, a pesar
de ser las incidencias muy oblicuas: es que el hoyo de estos cráteres no se debe directamente
al choque, sino más bien a la explosión de la carga del obús, la cual tiene lugar por igual en
todas direcciones. La velocidad del obús no pasa de 1 kilómetro por segundo; mientras que la
de los bólidos llega a ser de 30 a 40 veces mayor, y su energía unas 1.500 veces superior.
Ahora bien, un choque tan violento e instantáneo debe calentar al proyectil cósmico a la
temperatura de centenares de miles de grados, con la consiguiente inmediata volatilización
del mismo, parecida a una explosión. El suelo rocoso de la Luna debe hallarse recubierto de
polvo cósmico y, por lo tanto, en condiciones muy favorables para la formación de cráteres
por impacto. En la misma Tierra existen indicios de cráteres meteóricos debidos a aerolitos
gigantes. Tal es, por ejemplo, el cráter del Cañón del Diablo, en los Estados Unidos, Estado
de Arizona, atribuido corrientemente a la caída de un aerolito.