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ASTRONOMIA - Las hipótesis cosmogónicas
COSMOGONIA ACTUAL
La cosmogonía que, en un principio, se limitó a explicar la formación del sistema solar,
actualmente se hace remontar a la génesis de las nebulosas espirales y a su descomposición
en estrellas, siendo particularmente curioso el hecho de que la famosa hipótesis de Kant y
Laplace, tenida ahora por del todo insuficiente para explicar el origen del sistema solar, para
el cual fue concebida, se adapte maravillosamente, con sólo leves retoques, a la explicación
del origen de las nebulosas espirales.
El principio fundamental en que se basa la cosmogonía moderna estriba en el hecho bien
comprobado de que los cuerpos, al irradiar energía, aumentan la densidad, a no ser que
hayan llegado al estado de incompresibilidad. Luego, el origen de todos los cuerpos que
irradian calor, aun de los más densos, debe buscarse en los cuerpos conocidos de débil
densidad, o sea en las nebulosas tenues, oscuras y frías, que todavía ahora se encuentran
repartidas en gran número por los espacios, incluso alrededor de la Vía Láctea, en su plano
ecuatorial, como lo demuestra la ausencia en este plano de cúmulos globulares y de
nebulosas espirales, exteriores a nuestra Galaxia. En esto nuestra Vía Láctea se asemeja a las
nebulosas espirales, que vistas de canto, se presentan en extensas bandas negras de materia
cósmica absorbente, de la que surgieron las propias nebulosas espirales con sus miles de
millones de estrellas.
Se supone que de las manos del Creador salió una inmensa masa de nebulosa, con simetría
esférica, que se halla inmoble. En un medio homogéneo e indefinido, como se supone seria
este universo primitivo, la atracción se ejercería por igual en todo sentido y de suyo no habría
condensación. ¿Qué se necesitó, pues, como mínimo, para determinar el comienzo de núcleos
de condensación? El cálculo demuestra que en un medio semejante, con sólo añadir un
átomo en un punto se tendría ya un centro de atracción, que en menos de 400 millones de
años se habría concretado en estrellas. Por tanto, para la formación de las nebulosas y de las
estrellas, le bastó al Creador esparcir por acá y allá, a manera de sembrador, por los inmensos
espacios ocupados por la nebulosa primitiva, algunos átomos que fueran como los gérmenes
de las primitivas condensaciones de materia nebular, para que, en el rodar de los siglos,
llegaran a concretarse en esas portentosas galaxias, constituidas de millares de millones de
estrellas. El proceso evolutivo de los diversos centros de atracción pudo ser el siguiente.
La concentración en torno del primitivo germen debió al principio ofrecer simetría esférica;
pero, como esta concentración no podía menos de ir acompañada de irradiación de energía,
naturalmente debió provocarse un movimiento de rotación. Ahora bien, la mecánica enseña
que el movimiento angular de la nebulosa en rotación debía conservarse; pero, como la masa
se contraía, este momento sólo podía conservarse por un acrecentamiento de la velocidad de
rotación. Según esto, cada una de las nebulosas primitivas debió, pues, girar cada vez con
mayor velocidad.
Semejante movimiento acelerado no podía menos de modificar, al mismo tiempo, la forma
esférica inicial; al principio, sólo ofrecería la forma aplanada de un elipsoide de revolución;
pero, en llegando la rotación a cierto valor, la apariencia sería la de una lente biconvexa con
el borde ecuatorial agudo, como de hecho se observa todavía en las nebulosas espirales vistas
de canto, que, si ostentan los bordes agudos, el análisis espectral revela un movimiento
rápido de rotación.
Estos principios, que constituyeron, por decirlo así, las ideas básicas de la hipótesis
cosmogónica de Laplace, conservan todavía su actualidad, si bien aplicados, no a la génesis
del sistema solar, sino a la formación de las galaxias o universos-islas de Herschel.
Una vez que las nebulosas han adquirido la forma lenticular, el progresivo aumento de
velocidad de rotación determina ulteriores cambios de forma, que matemáticamente no
pueden preverse, junto con una rotura y un desprendimiento de materia en la zona
ecuatorial.
Considerando el fenómeno desde el punto de vista teórico, en el supuesto de un ecuador
perfectamente circular, la eyección de materia debía tener lugar en forma de anillos,
conforme a las previsiones de Kant y Laplace. Pero, como la nebulosa cuya evolución
seguimos no se encuentra sola en el espacio, de aquí que tampoco esté en las condiciones
ideales. Por lejos que se hallen las nebulosas unas de otras, no pueden menos de determinar
en su superficie una marea, extremadamente minúscula si se quiere, pero al fin y al cabo
suficiente para comunicar al ecuador una forma ligeramente elíptica, como sucede con la
Tierra, que en cada momento presenta dos puntos antípodas de marea alta, determinados
por la acción de la Luna y del Sol. Ahora bien, cuando fuerzas considerables se hallan en
equilibrio, basta un algo imponderable para inclinar la balanza; y este fenómeno mínimo de
la marea en la nebulosa primitiva debió ser la determinante de los puntos de rotura. En lugar
de anillos, como se imaginaba Laplace, debieron presentarse dos brazos de materia, salidos
de los dos puntos antípodas de la marea alta. Y, como no por esto cesó la rotación de la
nebulosa, esta emisión persistiría engrosada a expensas del núcleo, que iría desvaneciéndose;
al paso que los brazos, en su no interrumpido desarrollo, se encorvarían cada vez más. Con
esto, tenemos ya la nebulosa primitiva convertida en espiral. Falta todavía ver por cuál
mecanismo de su seno nacen las estrellas.
Para ello hay que partir de la observación, sobre todo teniendo en cuenta que el telescopio
moderno nos revela la existencia en el firmamento de un sinnúmero de nebulosas espirales
en diversas fases de su evolución. Por de pronto, el espectroscopio nos certifica, sin género
alguno de duda, acerca del movimiento centrífugo de los brazos, y que en ellos es en donde
la gravitación, continuando su obra, debe coagularse la materia en estrellas, según se
desprende de las investigaciones de Hubble, al resolver en estrellas las nebulosas
consideradas hasta ahora como simple materia nebular.
El problema de la estabilidad de los brazos es por demás interesante e idéntico al que suele
plantearse a propósito de las estrellas, cuando se trata de explicar el porqué todas sus masas
se hallan comprendidas entre 10
33
y 10
33
gramos. En efecto, un gas que se hace desembocar
en el vacío por un tubo se disipa instantáneamente. ¿Por qué, pues, los brazos de las
nebulosas no se disipan de la misma manera? La explicación de ello debe buscarse
principalmente en la magnitud del fenómeno, ya que sólo en el caso de una enorme masa,
puede la fuerza gravitatoria salir victoriosa del combate librado contra la expansión natural
aliada con la presión de radiación. Pero, en esta titánica lucha, la victoria no puede
permanecer indefinidamente a favor de la gravitación. Como las masas gaseosas que forman
los brazos de las nebulosas van calentándose paulatinamente a expensas de la contracción,
debe llegar por necesidad un momento en que la presión de radiación haga estallar la
gigantesca masa en dos o más fragmentos, y más adelante, éstos a su vez deben fragmentarse
en otros, hasta que la masa de cada uno de ellos sea del orden de 10
34
gramos, en que
definitivamente quede equilibrada la gravitación con la expansión y la presión de radiación a
que pueden llegar las estrellas en el decurso de su evolución.
Sin embargo, encuadrado en estas líneas, cabe todavía considerar el caso en que la
fragmentación de la nebulosa primitiva tenga lugar antes de la aparición de los brazos, si la
temperatura creciente llega a determinar una presión de radiación superior a la fuerza
gravitatoria de cohesión. Este fenómeno se prevé que debe tener lugar cuando, por una parte,
la masa de la nebulosa no es exorbitantemente grande, y, por otra, la rotación inicial es
relativamente débil. En este caso, la rotura por la fuerza centrífuga no tendrá lugar jamás, y
la nebulosa, falta de brazos, se convertirá en último término, por fragmentaciones sucesivas,
en un cúmulo globular de estrellas. Según estas ideas, las nebulosas espirales y los cúmulos
globulares serían dos figuras posibles de la evolución estelar, que se excluirían unas a otras,
más bien que dos estados sucesivos de una misma nebulosa.