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ARTE - Pintura española y portuguesa del Renacimiento
EL GRECO
Un gran pintor místico fue Domingo Theotecópulos "El Greco" (1541-1614). Nació en Creta, por
eso se le llamó El Greco y él mismo aceptó el nombre. No es una circunstancia fortuita: su
nacionalidad ejerce influencia indudablemente en su arte. Pasa aún joven a Venecia y trabaja
allí con el Ticiano, asimilándose del gran artista, sobre todo, su sabiduría para reproducir
juegos de luz. No se sabe por qué pasó a España; el hecho es que aparece en Toledo a partir de
1577 y permanece allí casi el resto de su vida. Más que ver —como cree Barrés— en la ciudad
mudéjar la explicación del espíritu del artista hay que considerar que Toledo fue únicamente el
escenario digno y apropiado para el arte del hombre: la potencia creadora latía en él mismo. El
Greco llega a Toledo y encuentra que un artista famoso, Alonso Berruguete, había tallado los
respaldos de la sillería del coro de la catedral. Esas obras se apartan del estilo habitual de los
escultores; como si el artista quisiera imprimirles más espiritualidad, alarga un tanto sus
figuras e insiste en las líneas verticales del modelo.
El Greco por su parte descendía de Bizancio, pero, independientemente de sus influencias
externas, existió en él un profundo espíritu místico que quiere y logra traducir en su pintura.
Durante muchos años el arte del Greco no fue comprendido; veíase en su obra una dualidad
inexplicable: por una parte pintaba retratos fielmente apegados al modelo, con un
alargamiento ligero de la figura, pero todavía dentro de los cánones realistas de la pintura
española; frente a esas obras, comprensibles y admiradas por los críticos y el público culto,
aparecía un conjunto de cuadros que representan todos, santos o escenas religiosas, en los
cuales las figuras se distorsionan, se alargan, llegan a perder la forma y se apartan por
completo de los cánones clásicos a que estaba sujeta la pintura española.
En un cuadro suyo se aprecian ambas tendencias: el que representa El Entierro del Conde de
Orgaz, que se encuentra en la pequeña iglesia de Santo Tomé, en Toledo. Frente a ese cuadro,
que puede ser conceptuado como de lo más bello que ha producido la pintura española, el
autor de estas líneas sintió la revelación del secreto del Greco. Es un gran cuadro rematado en
forma de semicírculo, y su pintura se divide en dos secciones por una línea ondulada que
forman las cabezas de los caballeros que asisten al entierro del conde de Orgaz. Esa línea marca,
por así decirlo, la división que une y al mismo tiempo separa, las dos manifestaciones del arte
del Greco.
En la parte baja del cuadro asistimos al sepelio del caballero, ricamente cubierto con su
armadura; dos personajes, suntuosamente cubiertos de ornamentos religiosos, sostienen el
cuerpo en brazos: uno es un obispo y el otro sólo un sacerdote. A la derecha, el cura del templo
parece explicar la escena, pero los caballeros, con sus rostros contristados, no se dan cuenta del
milagro que frente a ellos acontece: dos santos, seres celestiales, que han tomado cuerpo
material y que aparecen en el entierro del Conde. Los caballeros y demás personajes no se dan
cuenta del milagro porque han perdido la inocencia; sólo un niño, que asiste cándido a la
escena, se asombra de aquella suntuosidad de los bordados y toca discretamente la manga de
uno de ellos para cerciorarse si son reales. La técnica de esta parte baja, magnífica, reproduce
los modelos fielmente, al grado de que en uno de ellos se ha creído ver el autorretrato del
pintor.
De los extremos de la línea de cabezas, surgen dos ráfagas que se lanzan a la altura y tenemos
entonces la segunda parte del cuadro: Cristo, la Virgen y los santos reciben el alma del Conde;
éste es una figura distinta que ha perdido la forma humana, como todos los seres que se
encuentran en la parte alta, que son figuras alargadas, espirituales, casi llamas, y las manchas
de color contribuyen a dar a la segunda parte un aspecto extraño, completamente diverso de la
parte baja. Es que estamos en la gloria, donde todo debe ser distinto de lo que existe en el
mundo. Para éste, para los seres humanos, para los retratos, reserva el Greco su técnica de
pintor veneciano, mas para lo que existe de tejas arriba, la forma es cambiante, puesto que no
representa al cuerpo, sino a los espíritus puros.
Esto nos explica las dos modalidades del Greco: es pintor realista cuando su modelo es terreno,
y es pintor místico, suprarrealista, cuando representa seres divinos; entonces su misticismo
llega a excelsitudes no sospechadas. Más que procurar entenderlo o admirarlo con los sentidos,
debemos, si deseamos penetrar en su arte, poner nuestro espíritu al unísono con el suyo.
Al lado de la obra maestra citada, cabe mencionar, entre la enorme y variada producción del
artista, sus cuadros titulados El Martirio de San Mauricio, en el Escorial, El Expolio, en la
catedral de Toledo, y sus incomparables retratos, diseminados hoy por todo el mundo.
La obra del Greco, cuyo centro principal fue Toledo, se ha extendido después por todo el
mundo y así pueden admirarse obras suyas no sólo en España, sino en los grandes museos de
Europa y Norteamérica. La opinión de la crítica es unánime: se trata de uno de los artistas más
importantes que hayan existido en el mundo, y su influencia en el arte moderno ha sido
considerable.