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ARTE - La pintura y la escultura francesas del siglo XVII
Francia, que había comenzado su tradición pictórica brillantemente,
sufre en este siglo la
influencia excesiva de Italia. Los principales pintores se educan en Roma, donde existe todavía
una colonia artística; así NICOLAS POUSSIN (1594-1665) es un pintor clásico que gusta de
reproducir temas inspirados en la Biblia, o pastores que se mueven dentro de la más rebuscada
Arcadia. Su importancia para la historia artística de Francia es enorme, pues sentó las bases de
lo que desde entonces será el clasicismo francés, desempeñando para la pintura el papel que
Racine, por ejemplo, desempeñó para la literatura. Algunas de sus obras son gustadas aún hoy
con admiración, por ejemplo La Degollación de los Inocentes, que se conserva en el Museo del
Louvre, donde la sabiduría de la composición logra un conjunto de milagroso equilibrio, todo
él lleno del dramatismo propio del tema, pero sin énfasis ni patetismo teatral en la expresión.
LE SUEUR (1617-1655), perteneció al mismo género, pero fue más religioso. Un pintor de
retratos fue Felipe de Champaigne. Y el paisaje, si bien adornado con escenas mitológicas,
encuentra un buen intérprete en CLAUDIO GELEE, llamado "El Lorenés", quien revela una
frescura y una espontaneidad de trazo que le coloca entre los grandes dibujantes del siglo, y
cuyo espíritu vagabundo e inquieto, intuitivo y rápido en la concepción, constituye el polo
opuesto de Poussin, con el cual forma el binomio artístico más importante del siglo XVII
francés.
CLAUDE GELLEE, EL LORENES. Este magnífico paisaje, "La recompensa lugareña", da una
clara idea de la poética atmósfera que envuelve las telas de este pintor.
Los hermanos LE NAIN, notables por su sentido realista, parecen flamencos: se dedican a
pintar escenas familiares llenas de un intimismo y una ingenuidad notables. Durante el
reinado de Luis XIV, el rey Sol, se forma, como es bien sabido, un estilo especial, el estilo de
Luis XIV, que abarca todos los géneros del arte. En pintura el corifeo oficial fue CARLOS LE
BRUN (1619-1690), que no sólo atiende a decorar Versalles y los palacios regios, sino que deja
grandes obras que conservan la huella de su espíritu grandilocuente, pero hábil, como tenía
que serlo el intérprete pictórico del más fastuoso de todos los reyes.
Otros dos pintores, sobre todo retratistas, deben destacarse: MIGNARD (1610-1695), dotado de
gran elegancia, y RIGAUD (1659-1743), más fecundo. Sería imperdonable omitir, aunque no
haya sido pintor sino grabador, a uno de los más geniales artistas de Francia: CALLOT (1592-
1635) en cuyas obras, a la vez macabras y satíricas, parece encontrarse una anticipación del arte
contemporáneo.
LA ESCULTURA
La escultura francesa se caracteriza por su elegancia. Bajo el reinado de Luis XIV, se distingue
un grupo de artistas entre los que se destaca Girar-don (1628-1715), autor de hermosos retratos,
cuyas obras más famosas son la tumba de Richelieu en la Sorbona y la estatua ecuestre de Luis
XIV, llena de airosidad y plenitud de forma, y en la cual se inspiró el valenciano Tolsá para su
gran estatua de Carlos IV que se encuentra en México.
COYSEVOX (1640-1720) esculpe la tumba de Mazarino, algunas estatuas de inspiración clásica
y bustos de personajes célebres como Turena, Colbert, Bossuet, Fénelon y otros. Los Coustou,
Nicolás y Guillermo, son escultores al servicio de los arquitectos urbanistas, porque entonces
se desarrolla esa admirable producción del genio francés: el arte de los jardines. Es entonces
cuando se organizan los jardines de Versalles, de Saint Cloud, de Marly y de las Tullerías. En
todos ellos aparecen esculturas decorativas de gran efecto, que no desdeñan esculpir ni
Girardon ni Coysevox.
Casi todo el siglo XVII de la escultura francesa está lleno con el nombre de PEDRO PUGET
(1622-1694), natural del Mediodía de Francia y fogoso y atormentado como ninguno, lo que le
valió, bien merecido, el apodo de "Nieto de Miguel Angel". Para acercarse al genio escultórico
por excelencia le faltó esa grandiosidad de concepción y de formas que nos subyugan, pero, no
obstante su visible barroquismo, aparece como una figura de primer orden.