ARTE - La pintura contemporánea
Para comprender la pintura contemporánea es necesario formular
varias consideraciones.
Existen personas que, frente a un cuadro de Picasso o de Dalí, se producen en grandes
exclamaciones de horror como si hubiesen visto un demonio.
En realidad cada cual posee el derecho de manifestarse a su gusto, según su temperamento o
su cultura se lo permitan. Nadie puede, por su propia autoridad, negar el mérito, en forma
absoluta, de ninguna obra de arte.
Es preciso, si queremos aclarar el punto, comparar el ideal del arte contemporáneo con el del
arte académico. Sin plantear polémicas ni mucho menos y respetando al academismo como la
expresión legítima de una época, marcaremos las características y diferencias que creemos
encontrar entre ambas manifestaciones.
Nacida la Academia del movimiento llamado neoclásico, su ideal es apegarse cuanto puede al
arte de Grecia y de Roma. Es un arte serio que desdeña al que no está dotado de aptitudes,
según su criterio. Nórmase éste en tres reglas: composición, dibujo y colorido. La primera,
consiste en la distribución armoniosa de las masas y los vacíos en el cuadro. La segunda, en la
reproducción de la naturaleza lo más fielmente posible, y la tercera, en la aplicación adecuada
de los colores, según reglas fijas. El académico es un arte sensorio que sirve al espíritu en
cuanto interpreta el tema de acuerdo con un severo rigor técnico.
El arte contemporáneo rompe con todos estos principios. Más que dirigirse a los sentidos,
busca herir directamente al espíritu y a la imaginación, cada artista crea no sus reglas sino su
estilo, e interpreta la naturaleza, pero no la exterior sino la que él lleva dentro. Abomina del
dibujo que trata de reproducir el mundo externo, y crea un dibujo suyo que interpreta las
formas y las altera buscando mayor expresión o una expresión peculiar. Ya el Greco había
concebido ese criterio acerca del dibujo.
El arte de hoy ha vuelto los ojos y se ha inspirado en manifestaciones que el academismo
dejaba al margen: en el arte primitivo, el llamado "arte popular", el arte de los negros, el arte
infantil.
Además, como cada artista procura exaltar su personalidad, no existen las "escuelas" o grupos
de artistas de tendencias semejantes, que florecieron en el siglo XIX.
El ADUANERO ROUSSEAU
Un ejemplo, quizá el más puro de la pintura ingenua y desprovista de limitaciones académicas,
lo encontramos en la pintura del francés Enrique Rousseau (1844-1910), que sólo nuestro
tiempo ha podido apreciar. Se dice que el Aduanero Rousseau estuvo en México trabajando en
la Aduana de Veracruz. Se ha querido ver en sus cuadros, que representan paisajes tropicales,
como un recuerdo de las selvas veracruzanas; esto, sin embargo, no está demostrado
históricamente. El arte de Rousseau representa la mayor ingenuidad posible dentro de una
frescura de imaginación admirable. Por un lado gusta de paisajes exóticos, habitados por fieras,
por tigres y leones de una comicidad extraordinaria. A veces logra enormes efectos decorativos,
por ejemplo, cuando dos monos se esconden entre admirables bosques de palmeras. Por otro
lado Rousseau es retratista y reproduce a los miembros de su familia con una sencillez infantil,
así en las posturas como en el detalle de los vestidos, como en las expresiones simples,
rebosantes de felicidad. Recuerdan sus retratos esas fotografías de artistas de pueblo que
procuran que sus modelos parezcan muñecos de palo. Rousseau no fue comprendido en su
época, pero hoy se le tiene por uno de los más grandes pintores franceses.
RAUL DUFY (1877)
Decorador y pintor ingenuo dotado de una enorme facilidad de asimilación de la forma y del
conjunto. Al contrario de los impresionistas, gusta del dibujo lineal muy acentuado, lo que da a
sus cuadros y dibujos un sentido de ingenuidad admirable.