ARTE - La escultura en la América poscolombina
Fue el arte de la escultura el que aprovecharon más los europeos, y así existen supervivencias
indígenas. Enseñándoles a trabajar con instrumentos de hierro, los indios pudieron esculpir,
hábilmente, decoraciones para puertas y ventanas y figuras aisladas. Reproduciendo las formas
indígenas y aun la técnica escultórica, nos dejaron, en pilas de agua bendita, en púlpitos y en
cruces de piedra, algunos ejemplares notables de escultura. Un crítico español, don José
Moreno Villa, ha llamado a esta escultura, tequitqui, palabra indígena que significa "los que se
quedaron", es decir, los supervivientes. Cada día se descubren nuevas obras de este género que
ostentan profundo interés por tratarse del propio arte aborigen que sobrevivió, adaptándose a
las necesidades cristianas.
Los escultores europeos traen a América el bagaje de su escultura renacentista. Parece haber
sido Andalucía el centro más intenso de donde irradió la escultura a América. Las estatuas
renacentistas, trabajadas ya en madera policromada, presentan una nobleza de formas, una
sencillez de actitud, que nos hacen recordar el arte clásico. En el siglo XVII la escultura barroca
se va tornando dramática: no es ya la impasibilidad renacentista la que ofrece sino el drama
interior, que aparece reflejado en los rostros y en las actitudes violentas de las figuras. La
técnica es la misma que estudiaremos luego en España: el estofado en las ropas y la
encarnación para rostros, manos y pies. Así como la escultura de España es profundamente
realista y dramática, a la vez que religiosa, esta intensidad de sentimiento aparece en las
esculturas del siglo XVII de América. Para conseguir mayor realismo se recurre a verdaderos
despropósitos de técnica: dientes humanos, ojos de cristal, pestañas y cabelleras de pelo natural.
El siglo XVIII presencia un cambio completo de criterio: la escultura se vuelve en sus actitudes
falsa y exagerada, y pierde personalidad en la expresión espiritual de las figuras. La técnica es
más perfecta cada día, pero lo que se gana en calidad material se pierde completamente en la
creación del espíritu. La causa de esta decadencia escultórica, debe verse en el apogeo del
barroco: se construyen enormes retablos esculpidos en madera tallada y dorada que llenan los
interiores de los templos, y, dentro de ese vértigo, la escultura individual pasa inadvertida,
sólo forma parte de la decoración.
Con la fundación de las Academias la escultura vuelve los ojos al ideal clásico; se abomina de
toda teatralidad y de toda exageración; se busca lo sereno, lo impasible, la pureza de las formas,
inspirándose en los modelos clásicos de Grecia y de Roma. Se consigue, así, producir una
escultura sobria que satisface la ideología razonante de la época, pero que no puede ser
comparada con el movimiento anterior.
Debe mencionarse la escultura guatemalteca de caracteres muy semejantes a la de México de
que aquel país formaba parte. La escuela de Quito produce obras de diversa índole, sobre todo
pequeñas figuras impregnadas de realismo y, al contrario de lo que acontece en los países antes
estudiados en que el arte es casi exclusivamente religioso, tenemos aquí buen número de
personajes profanos.
La escultura peruana es esencialmente decorativa y está al servicio del arte barroco. Desde las
fachadas de los templos, los retablos y hasta los muebles, todo ostenta finos relieves esculpidos.
Debe destacarse la magnífica serie de púlpitos que recorre la América del Sur. Comienzan en
Córdoba, sigue el muy notable de Jujuy, ambos en la República Argentina, hasta llegar al de
San Blas en Cuzco, que es la obra cúspide en el género. También los hay en Colombia y en
Quito.
El Brasil fue pródigo, también, en escultura decorativa, dado el carácter esencialmente barroco
de su arquitectura; pero este país ostenta el nombre de un artífice de los más famosos de
América: EL ALEJAIDINHO, dotado de gran vigor y grandeza en sus creaciones.
CARLOS IV. Manuel Tolsá fue el autor de esta estatua de Carlos IV, ordenada en México por el
virrey Branciforte. Está inspirada en la estatua de Luis XIV, de Girardon.