ARQUEOLOGIA - El Neolítico fuera de Europa
EN EL ELAM Y LA CALDEA
Grande es, también, el repertorio de tipos instrumentales del Elam y de Caldea, en donde,
junto a los instrumentos neolíticos de mayor tamaño, se suelen encontrar formas microlíticas
consistentes en puntas, cuchillos, raspadores, etc. En estas dos regiones pueden señalarse las
dos fases ya notadas con respecto al Egipto. La primera, consistente en la fase neolítica pura, en
la cual predomina el hacha pulida del tipo europeo, íntegramente constituida de sílex. La
segunda, en una fase eneolítica, en la cual el instrumento definidor, desde el punto de vista
lítico, es el hacha-martillo, encontrándose además puntas de tipo solutrense, con una gran
variación instrumental, acompañadas de una magnífica cerámica pintada cuya decoración
denota una estilización muy avanzada.
ESCULTURA SUMERIA (del año 3000 a. de C.). Esta escultura muestra el tipo físico y la
vestimenta de ese pueblo del Asia occidental. La estatuilla pertenece a la gliptoteca de Ny
Carlsberg. Según Kittel.
Además, se introducen los primeros instrumentos de bronce. Esa entrada de objetos de metal
parece haberse operado casi simultáneamente en Egipto y en Caldea si bien muchos hechos
permiten suponer que de la segunda pasó al primero, en épocas en que está por entrarse en
el período netamente histórico. En efecto, parece que es hacia fines del sexto milenio cuando
debiera datarse este hecho. Tan temprana época indica que estos países han tenido un período
Neolítico puro extraordinariamente breve. El Paleolítico se ha prolongado allí largo tiempo,
después ha sobrevenido un Neolítico fugaz y, casi en seguida la temprana Edad del Bronce.
Después del gran período artístico del Paleolítico, que llega a su apogeo durante el
magdalenense, se ha producido, según se recordará, una desaparición brusca y casi total del
arte prehistórico. Los guijarros coloreados del período aziliense nos muestran, en su fría
factura geometrizante, la distancia de aquel arte rupestre cálido y lleno de vida y de vigor. Para
volver a encontrar al hombre de nuevo interesado en una visión artística del mundo, es
menester llegar hasta el Neolítico. Y es, precisamente, en Caldea, en Elam y en Egipto donde
esas manifestaciones del arte neolítico se muestran con mayor antigüedad y más grande
esplendor.
Como en otras partes, el breve Neolítico puro de Susa (la capital del Elam) se confunde casi con
el Eneolítico, caracterizado por la aparición de los primeros objetos de cobre. Los habitantes de
aquella antiquísima capital comenzaron por instalarse sobre el terreno ondulado, eligiendo
especialmente aquellos montículos (como lo harían, más tarde, los primitivos pobladores de
Roma) como lugar de habitación. Tallaban el sílex y la obsidiana y obtenían de ellos
instrumentos elegantes y fuertes. También de piedra aun más dura, como el granito y la
diorita, confeccionaron instrumentos que requerían ese material, menos fácil a la ruptura o al
desgaste. La esteatita y las piedras calcáreas les proveyeron, en cambio, de las piezas elegantes,
que exigían un material blando en el cual recortar las curvas exactas. De esta manera
fabricaron vasos de piedra, famosos por la armonía y finura de sus formas.
Al mismo tiempo mostraban su habilidad manual y sus gustos artísticos en la realización de
los elementos de una cerámica fina, confeccionándolos con una pasta muy bien amasada, y de
un grano fino y una cocción muy perfecta. Justamente el grado de cocción
acentúa o no la
coloración
de las delicadas pinturas,
casi puramente geometrizantes, castañas o negras,
que
cubren sus paredes. Hay varios tipos de esta cerámica de proto-Susa: unos nos muestran series
de cántaros
ápodos, subglobulosos, a veces sin cuello o con cuellos
poco desarrollados, y
dotados casi siempre de bocas bien proporcionadas. Otro tipo es el de las escudillas, más o
menos profundas, de fondo semicircular o totalmente ápodas. Otro y sin duda uno de los
más elegantes, es el de los vasos en forma de timbal o de cono truncado, de paredes altas y
lisas, con base recta menor que el diámetro de la boca. La decoración geometrizante denotaba
ser el último estudio de un proceso creciente de estilización, a partir de los motivos naturales
zoomorfos o fitomorfos (animales o plantas) que habían constituido su punto de partida.
Para alcanzar tal estadio era evidente que los habitantes de esa época
de Susa debían haber
recorrido varios siglos de trayectoria evolutiva. Dónde la habían comenzado es, hasta nuestros
días, un misterio arqueológico, que posiblemente revelarán algún día metódicas
investigaciones.
Esto no quiere decir que en el lugar no se hallaran muestras de una cerámica más grosera,
realmente primitiva. Pero se encuentran siempre en estratos arqueológicos mucho más
profundos y totalmente separados de aquéllos, superficiales, que encierran estas otras
muestras del arte de proto-Susa. Más aun, es muy posible que los habitantes primitivos de
Susa conservaran, para su uso corriente, algunas de esas muestras de cerámica grosera que hoy
se recogen. Pero, sin duda, no las consideraron suficientemente bellas, ornamentadas y
elegantes como para darlas, en calidad de ajuar funerario, a sus muertos. En efecto, toda esa
bella cerámica es puramente funeraria. Ello nos lleva a considerar que sus decoraciones
estilizadas pueden haber tenido un valor mágico-religioso que hoy se nos escapa, vinculado,
sin duda, a esas manifestaciones del culto de los muertos y, en general, a su filosofía de la vida,
de todo lo cual sólo podemos tener, en la actualidad, las pálidas inferencias que se logran por
vía arqueológica.
CERAMICA DE SUSA. Del vasto conjunto de elementos de la primera fase de la cerámica
susiana extraemos estos tres tipos distintos de vasijas provistas de su típica decoración pintada,
menos el más bajo de la derecha, que corresponde a la alfarería rústica incisa. Según de
Morgan.
El segundo período o fase de esta cerámica de proto-Susa está constituido por vasos de un
mayor tamaño, generalmente grandes cántaros globulosos, de base redondeada y de un
diámetro equivalente al de su boca, que generalmente termina en un corto cuello, a veces casi
inexistente. En estos hermosos especímenes, y junto a decoraciones geometrizantes, aparecen
representaciones bastante semiveristas de algunos animales, extraños a las regiones de Caldea
y que pueden darnos alguna orientación respecto de la procedencia de los constructores de la
cultura de Susa. En efecto, es muy curioso que los animales representados por las paredes de
los vasos no sean el hipopótamo, el rinoceronte, o aun el elefante, que en orden decreciente de
frecuencia podrían ver sin duda los habitantes de Susa frecuentar las riberas y el lecho de los
dos grandes ríos regionales, sino una especie de gacela o de chivato, de largos cuernos,
habitante ágil y trepador de las montañas del Norte. La presencia casi inmediata de objetos de
metal, parecería indicar que esos distritos montañosos, de los cuales se guardaba el recuerdo
en este ligero y elegante cuadrúpedo cornamentado así como en algunas grandes aves, de
alto vuelo y de pico rapaz, serían los que constituyen el macizo montañoso de Anatolia,
Armenia y Transcaucasia, lugares de los cuales se sospecha que partió el uso del metal.
Sea como fuere, este período de esplendor (como el magdalenense, antes recordado, durante el
Paleolítico) no es duradero. Las investigaciones arqueológicas muestran, por encima de él, en
capas más superficiales y, por lo tanto, más próximas a nosotros, una nueva escuela, o si se
prefiere, una nueva manera de confeccionar la cerámica. Esta fase final va tendiendo hacia una
gradual desaparición. En cambio, el área de repartición de este último tipo de la cerámica es
mucho más amplia que la primera. A ésta no se la encuentra más que en Elam; mientras que de
la segunda hay suficientes hallazgos como para saber que ha abarcado toda Caldea y
territorios vecinos hasta
los límites de la meseta del Irán, en tanto que su influencia, más o
menos pronunciada, se ha hecho sentir en Palestina y Fenicia. Las características de la cerámica
de este último período son un acrecimiento del tamaño de los vasos y un avance a un mayor
grado de estilización geometrizante, hasta llegar a límites tan absolutos que no guarda ninguna
conexión con los motivos naturales que fueron su punto de partida, convirtiéndose en motivos
o temas de aspecto puramente geométrico. Al mismo tiempo, desciende la calidad de su
factura y se produce la alteración de los colores fundamentales empleados en la
ornamentación. En el primer sentido se advierte claramente el empleo de una pasta más
grosera y menos elaborada, de grano grueso y de cocción menos cuidadosa. En el segundo,
aparecen como colores dominantes el rojo y el castaño.
GRAN VASO DE SUSA. Corresponde a la segunda fase de la cerámica susiana. Así lo
demuestran su forma y su decoración. Según de Morgan.