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ANTROPOLOGIA - Los primeros hombres
EL HOMBRE DE NEANDERTHAL
CARACTERISTICAS ESQUELETARIAS DEL HOMBRE DE NEANDERTHAL
A una tan grande y robusta cabeza corresponde un esqueleto macizo, corto y fuerte, con
huesos largos de grandes apófisis e inserciones musculares poderosas. No otra cosa tienen,
tampoco, los simios antropomorfos. Por ello no es de extrañar que muchas de las vértebras del
hombre de Neanderthal se parezcan a las del chimpancé, ya por su aspecto de robustez y sus
proporciones, ya por su carencia de curvaturas. Las clavículas son también parecidas y las
costillas demuestran la presencia de tórax amplios, dotados de gran desarrollo muscular. Las
características de los huesos del brazo, nos llevan a la conclusión curiosa de que, desde esa
enorme antigüedad, el hombre usaba ya preferentemente la mano derecha. Otra característica,
igualmente curiosa, es la conformación particular del cúbito, que no se parece al de los
antropomorfos sino al de los simios inferiores. Boule extrae de estas circunstancias anatómicas
la conclusión de que el hombre de Neanderthal conserva en este hueso —como en ciertos
detalles de otros de su esqueleto—algunos reflejos de un estado ultraprimitivo, muy alejado
del punto en que las diversas ramas de los primates superiores se han alejado entre sí.
En efecto, la intensificación del examen así lo demuestra. Los fémures denotan, tanto
vinculaciones con los de los antropomorfos como aproximaciones a los de los macacos,
cinocéfalos y demás simios inferiores. Algunas características de sus trocánteres muestran,
presumiblemente, un gran desarrollo muscular de la región de los muslos y una adaptación a
la marcha sobre el terreno escarpado. Otros signos permiten sospechar que esos seres se
mantenían habitualmente en cuclillas. Las tibias articulan con los fémures en una forma muy
similar a como se operan esas funciones en los simios. Por último, los pies corresponden —
especialmente en lo que se refiere al astrágalo— a los de un caminador que conservara
reminiscencias de un antiguo período de trepador.
Esto, naturalmente, es otro dato simiesco interesante. El conjunto de las características
enunciadas muestra que el hombre de Neanderthal vivía habitualmente en cuclillas, lo cual es
ya una reminiscencia simiesca, y marchaba torpemente, sin poder alcanzar la distensión
habitual de la rodilla, apoyando los pies por el borde exterior, sin lograr la estación erecta total
ni la ligereza y elegancia de marcha que concede la posición bípeda absoluta.
En la actualidad, y gracias a sucesivos hallazgos, totales o fragmentarios, que se han sucedido
hasta nuestros días, contamos con más de una cincuentena de esqueletos completos, amén de
numerosos fragmentos, de hombres del tipo de Neanderthal. Gracias a ello se puede precisar
la altura media que correspondió a dicho tipo humano: 1,65 mts. Su actitud semiflexionada de
marcha debió de hacerle parecer aun más bajo. Su capacidad craneana, de alrededor de 1,450
cm3, corresponde bien al conjunto de sus características primitivas. El encéfalo es más bien
desarrollado. Pero, contra el argumento en favor de su inteligencia que podría emerger de ello,
está el aspecto grosero y la simplicidad general de dibujo de las circunvoluciones cerebrales,
así como el desenvolvimiento relativo de las diversas partes de la sustancia gris. Los lóbulos
frontales demuestran que, probablemente, el hombre de Neanderthal no poseía más que un
psiquismo rudimentario así como sólo esbozos de lenguaje articulado. En esto, como en todo
lo demás, se nos presenta como una forma intermediaria entre el hombre actual y los simios
antropomorfos.
Para su desgracia, este tipo de hombre, de características tan arcaicas y que conserva tan
numerosos rasgos simiescos —recuerdos vivos de su estado ancestral—, tuvo que vivir en la
vecindad de otros tipos humanos, mucho más evolucionados hacia las formas actuales. Esta
convivencia determinó, posiblemente, su ruina. En las grutas de Grimaldi, por ejemplo, se han
hallado restos del hombre de Neanderthal en vecindad con los de los propiamente llamados
hombres de Grimaldi. Es típico, a estos efectos, el hallazgo de la denominada Gruta de los
Niños. Este no sólo demuestra dicha coexistencia sino que, a mayor abundamiento, revela que
el hombre de Neanderthal no es el antecesor directo del Homo Sapiens. Por el contrario, se nos
presenta como una forma degenerada, como una especie en trance final de regresión. En el
período musteriense, en efecto, el hombre de Neanderthal desaparece bruscamente, sin que
podamos, en el estado actual de nuestros estudios, saber si esta falta de testimonio de su
existencia se debe a un desplazamiento, a una migración colectiva y total o a una extinción
verdadera.
De cualquier manera que sea, es evidente —por la ausencia total de vestigios suyos durante los
períodos auririaciense y magdalenense— que ha debido ceder su lugar a tipos de humanidad
mejor dotados. Así, pues, si por razón de vecindad o de guerra, durante el período
musteriense llegó a producirse, alguna vez, hibridación del hombre de Neanderthal con sus
indudables vecinos y enemigos, este fenómeno no debió alcanzar nunca la extensión e
importancia necesarias como para dejar una huella hereditaria en las poblaciones de los
períodos subsiguientes. Y el hombre de Neanderthal cedió para siempre su lugar a seres que
preanunciaban la aparición ulterior del hombre moderno.
COMPARACION DE LAS EXTREMIDADES INFERIORES. Vista posterior de una parte de los
huesos de la pierna y del pie. Obsérvense las diferentes maneras de su inserción en: 1, un
chimpancé; 2, el esqueleto femenino de La Ferrassie; 3, un francés contemporáneo. Las líneas
punteadas marcan los ejes de las caras posteriores de los calcáneos.