Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

    LIBROS GRATIS

    Libros Gratis
    Libros para Leer Online
    Recetas de Cocina
    Letras de Tangos
    Guia Medica
    Filosofia
    Derecho Privado



A pesar de todo, es necesario; constituye el público de esta comedia
humana en que los hombres superiores avanzan hasta las candilejas,
buscando su aplauso y su sanción. Nordau llega hasta decir con fina
ironía: "Cada vez que algunos hombres de genio se encuentren reuni-
dos en torno de una mesa de cervecería, su primer brindis, en virtud del
derecho y de la moral, debiera ser para el filisteo".
Es tan exagerado ese criterio irónico que proclama su conspicui-
dad, como el criterio estético que lo relega a la más baja esfera mental,
confundiéndolo con el hombre inferior. Individualmente considerado a
través del lente moral estético, es una entidad negativa; pero tomados
los mediocres en su conjunto, puede reconocérseles funciones de lastre,
indispensables para el equilibrio de la sociedad.
Merecen esa justicia. ¿La continuidad de la vida social sería posi-
ble sin esa compacta masa de hombres puramente imitativos, capaces
de conservar los hábitos rutinarios que la sociedad les transfunde me-
diante la educación? El mediocre no inventa nada, no crea, no empuja,
no rompe, no engendra; pero, en cambio, custodia celosamente la ar-
mazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante
siglos, defendiendo ese capital común contra la asechanza de los ina-
daptables. Su rencor a los creadores compénsase por su resistencia a
los destructores. Los hombres sin ideales desempeñan en la historia
humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica:
conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del
grupo social. Constituyen una fuerza destinada a contrastar el poder
disolvente de los inferiores y a contener las anticipaciones atrevidas de
los visionarios. La cohesión del conjunto los necesita, como un mosai-
co bizantino al cemento que lo sostiene. Pero -hay que decirlo- el ce-
mento no es el mosaico.
Su acción sería nula sin el esfuerzo fecundo de los originales, que
inventan lo imitado después por ellos. Sin los mediocres no habría
estabilidad en las sociedades; pero sin los superiores no puede conce-
43
birse el progreso, pues la civilización sería inexplicable en una raza
constituida por hombres sin iniciativa. Evolucionar es variar; sola-
mente se varía mediante la invención. Los hombres imitativos limítan-
se a atesorar las conquistas de los originales; la utilidad del rutinario
está subordinada a la existencia del idealista, como la fortuna de los
libreros estriba en el ingenio de los escritores. El "alma social" es una
empresa anónima que explota las creaciones de las mejores "almas
individuales", resumiendo las experiencias adquiridas y enseñadas por
los innovadores.
Son la minoría, éstos; pero son levaduras de mayorías venideras.
Las rutinas defendidas hoy por los mediocres son simples glosas co-
lectivas de ideales, concebidos ayer por hombres originales. El grueso
del rebaño social va ocupando, a paso de tortuga, las posiciones atrevi-
damente conquistadas mucho antes por sus centinelas perdidos en la
distancia; y éstos ya están muy lejos cuando la masa cree asentar el
paso a su retaguardia. Lo que ayer fue ideal contra una rutina, será
mañana rutina, a su vez, contra otro ideal. Indefinidamente, porque la
perfectibilidad es indefinida.
Si los hábitos resumen la experiencia pasada de pueblos y de
hombres, dándoles unidad, los ideales orientan su experiencia venidera
y marcan su probable destino. Los idealistas y los rutinarios son facto-
res igualmente indispensables, aunque los unos recelen de los otros. Se
complementan en la evolución social, magüer se miren con oblicuidad.
Si los primeros hacen más para el porvenir, los segundos interpretan
mejor el pasado. La evolución de una sociedad, espoleada por el afán
de perfección y contenida por tradiciones difícilmente removibles,
detendríase para siempre sin el uno y sufriría sobresaltos bruscos sin
las otras
44

VI. PELIGROS SOCIALES DE LA MEDIOCRIDAD La psicología de los hombres mediocres caracterizase por un
riesgo común: la incapacidad de concebir una perfección, de formarse
un ideal.
Son rutinarios, honestos y mansos; piensan con la cabeza de los
demás, comparten la ajena hipocresía moral y ajustan su carácter a las
domesticidades convencionales.
Están fuera de su órbita el ingenio, la virtud y la dignidad, privi-
legios de los caracteres excelentes; sufren de ellos y los desdeñan. Son
ciegos para las auroras; ignoran la quimera del artista, el ensueño del
sabio y la pasión del apóstol. Condenados a vegetar, no sospechan que
existe el infinito más allá de sus horizontes.
El horror de lo desconocido los ata a mil prejuicios, tornándolos
timoratos e indecisos: nada aguijonea su curiosidad; carecen de inicia-
tiva y miran siempre al pasado, como si tuvieran los ojos en la nuca.
Son incapaces de virtud; no la conciben o les exige demasiado es-
fuerzo. Ningún afán de santidad alborota la sangre en su corazón; a
veces no delinquen por cobardía ante el remordimiento.


 

 
 

Copyright (C) 1996- 2000 Escolar.com, All Rights Reserved. This web site or any pages within may not be reporoduced without express written permission