llevar a cabo la misma expedición, volvemos a casa con las manos vacías.
También ahora
Eolo le ha entregado esto correspondiendo a su amistad. Conque, vamos, examinemos
qué es, veamos cuánto oro y plata se encierra en este odre."
«Así hablaban, y prevaleció la decisión funesta de
mis compañeros: desataron el odre y
todos los vientos se precipitaron fuera, mientras que a mis compañeros
los arrebataba un
huracán y los llevó llorando de nuevo al ponto lejos de la patria.
Entonces desperté yo y
me puse a cavilar en mi irreprochable ánimo si me arrojaría de
la nave para perecer en el
mar o soportaría en silencio y permanecería todavía entre
los vivientes. Conque aguanté y
quedéme y me eché sobre la nave cubriendo mi cuerpo. Y las naves
eran arrastradas de
nuevo hacia la isla Eofa por una terrible tempestad de vientos, mientras mis
compañeros
se lamentaban.
«Por fin pusimos pie en tierra, hicimos provisión de agua y enseguida
comenzaron mis
compañeros a comer junto a las rápidas naves. Cuando nos habíamos
hartado de comida
y bebida tomé como acompañantes al heraldo y a un compañero
y me encaminé a la
ínclita morada de Eolo, y lo encontré banqueteando en compañía
de su esposa a hijos.
Cuando llegamos a la casa nos sentamos sobre el umbral junto a las puertas,
y ellos se
levantaron admirados y me preguntaron:
«"¿Cómo es que has vuelto, Odiseo? ¿Qué
demón maligno ha caído sobre ti? Pues
nosotros te despedimos gentilmente para que llegaras a tu patria y hogar a donde
quiera
que te fuera grato."
«Así dijeron, y yo les contesté con el corazón acongojado:
«"Me han perdido mis malvados compañeros y, además,
el maldito sueño. Así que
remediadlo, amigos, pues está en vuestras manos."
«Así dije, tratando de calmarlos con mis suaves palabras, pero
ellos quedaron en
silencio, y por fin su padre me contestó:
«"Márchate enseguida de esta isla, tú, el más
reprobable de los vivientes, que no me es
lícito acoger ni despedir a un hombre que resulta odioso a los dioses
felices. ¡Fuera!, ya
que has llegado aquí odiado por los inmortales."
«Así diciendo, me arrojó de su casa entre profundos lamentos.
Así que continuamos
nagevando con el corazón acongojado, y el vigor de mis hombres se gastaba
con el
doloroso remar, pues debido a nuestra insensatez ya no se nos presentaba medio
de
volver.
«Navegamos tanto de día como de noche durante seis días,
y al séptimo arribamos a la
escarpada ciudadela de Lamo, a Telépilo de Lestrigonia, donde el pastor
que entra llama
a voces al que sale y éste le contesta; donde un hombre que no duerma
puede cobrar dos
jomales, uno por apacentar vacas y otro por conducir blancas ovejas, pues los
caminos
del día y de la noche son cercanos.
«Cuando llegamos a su excelente Puerto -lo rodea por todas partes roca
escarpada, y en
su boca sobresalen dos acantilados, uno frente a otro, por lo que la entrada
es estrecha-,
todos mis compañeros amarraron dentro sus curvadas naves, y éstas
quedaron atadas,
muy juntas, dentro del Puerto, pues no se hinchaban allí las olas ni
mucho ni poco, antes
bien había en torno una blanca bonanza. Sólo yo detuve mi negra
nave fuera del Puerto,
en el extremo mismo, sujeté el cable a la roca y subiendo a un elevado
puesto de
observación me quedé allí: no se veía labor de bueyes
ni de hombres, sólo humo que se
levantaba del suelo.
«Entonces envié a mis compañeros para que indagaran qué
hombres eran de los que
comen pan sobre la tierra, eligiendo a dos hombres y dándoles como tercer
compañero a
un heraldo. Partieron éstos y se encaminaron por una senda llana por
donde los carros
llevaban leña a la ciudad desde los altos montes. Y se toparon con una
moza que tomaba
agua delante de la ciudad, con la robusta hija de Antifates Lestrigón.
Había bajado hasta
la fuente Artacia de bella corriente, de donde solían llevar agua a la
ciudad. Acercándose
mis compañeros se dirigieron a ella y le pregtmtaron quién era
el rey y sobre quiénes
reinaba, Y enseguida les mostró el elevado palacio de su padre. Apenas
habían entrado,
encontraron a la mujer del rey, grande como la cima de un monte, y se atemorizaron
ante
ella. Hizo ésta venir enseguida del ágora al ínclito Antifates,
su esposo, quien tramó la
triste muerte para aquéllos. Así que agarró a uno de mis
compañeros y se lo preparó