Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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sentados alrededor de éste. Y les agradaban tres decisiones: rajar la cóncava madera con
el mortal bronce, arrojarlo por las rocas empujándolo desde to alto, o dejar que la gran
estatua sirviera para aplacar a los dioses. Esta última decisión es la que iba a cumplirse.
Pues era su Destino que perecieran una vez que la ciudad encerrara el gran caballo de
madera donde estaban sentados todos los mejores de los argivos portando la muerte y Ker
para los troyanos. Y cantaba cómo los hijos de los aqueos asolaron la ciudad una vez que
salieron del caballo y abandonaron la cóncava emboscada. Y cantaba que unos por un
lado y otros por otro iban devastando la elevada ciudad, pero que Odiseo marchó
semejante a Ares en compañía del divino Menelao hacia el palacio de Deífobo.
Y dijo que, una vez allí, sostuvo el más terrible combate y que al fin venció con la
ayuda de la valerosa Atenea.
Esto es lo que cantaba el insigne aedo, y Odiseo se derretía: el llanto empapaba sus
mejillas deslizándose de sus párpados.
Como una mujer llora a su marido arrojándose sobre él caído ante su ciudad y su
pueblo por apartar de ésta y de sus hijos el día de la muerte -ella lo contempla moribundo
y palpitante, y tendida sobre él llora a voces; los enemigos cortan con sus lanzas la
espalda y los hombros de los ciudadanos y se los llevan prisioneros para soportar el
trabajo y la pena, y las mejillas de ésta se consumen en un dolor digno de lástima-, así
Odiseo destilaba bajo sus párpados un llanto digno de lástima.
A los demás les pasó desapercibido que derramaba lágrimas, y sólo Alcínoo lo advirtió
y observó sentado como estaba cerca de él y le oyó gemir pesadamente.
Entonces dijo al punto a los feacios amantes del remo:
«Escuchad, caudillos y señores de los feacios. Que Demódoco detenga su cítara sonora,
pues no agrada a todos al cantar esto. Desde que estamos cenando y comenzó el divino
aedo, no ha dejado el huésped un momento el lamentable llanto. El dolor le rodea el
ánimo.
«Varnos, que se detenga para que gocemos todos por igual, los que le damos
hospitalidad y el huésped, pues así será mucho mejor. Que por causa del venerable
huésped se han preparado estas cosas, la escolta y amables regalos, cosas que le
entregamos como muestra de afecto. Como un hermano es el huésped y el suplicante para
el hombre que goce de sensatez por poca que sea. Por ello, tampoco tú escondas en tu
pensamiento astuto lo que voy a preguntarte, pues lo mejor es hablar. Dime tu nombre, el
que te llamaban allí tu madre y tu padre y los demás, los que viven cerca de ti. Pues
ninguno de los hombres carece completamente de nombre, ni el hombre del pueblo ni el noble, una vez que han nacido. Antes bien, a todos se lo ponen sus padres una vez que lo
han dado a luz.
Dime también tu tierra, tu pueblo y tu ciudad para que te acompañen allí las naves
dotadas de inteligencia. Pues entre los feacios no hay pilotos ni timones en sus naves,
cosas que otras naves tienen. Ellas conocen las intenciones y los pensamientos de los
hombres y conocen las ciudades y los fértiles campos de todos los hombres. Recorren
velozmente el abismo del mar aunque estén cubiertas por la oscuridad y la niebla, y
nunca tienen miedo de sufrir daño ni de ser destruidas. Pero yo he oído decir en otro
tiempo a mi padre Nausítoo que Poseidón estaba celoso de nosotros porque
acompañamos a todos sin daño. Y decía que algún día destruiría en el nebuloso ponto a
una bien fabricada nave de los feacios al volver de una escolta y nos bloquearía la ciudad
con un gran monte. Así decía el anciano; que la divinidad cumpla esto o lo deje sin
cumplir, como sea agradable a su ánimo.
«Pero, vamos, dime -e infórmame en verdad.-, por dónde has andado errante y a qué
regiones de hombres has llegado. Háblame de ellos y de sus bien habitadas ciudades, los
que son duros y salvajes y no justos, y los que son amigos de los forasteros y tienen
sentimientos de veneración hacia los dioses. Dime también por qué lloras y te lamentas
en tu ánimo al oír el destino de los argivos, de los dánaos y de Ilión. Esto lo han hecho los
dioses y han urdido la perdición para esos hombres, para que también sea motivo de
canto pará los venideros. ¿Es que ha perecido ante Ilión algún pariente tuyo..., un noble
yerno, o suegro, los que son más objeto de preocupación después


 

 
 

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