después de la cena, pero
va a llegar Eos, la que nace de la mañana. No me importará entonces
llorar a quien de los
mortales haya perecido y arrastrado su destino. Esta es la única honra
para los miserables
mortales, que se corten el cabello y dejen caer las lágrimas por sus
mejillas. Pues también
murió un mi hermano que no era el peor de los argivos -tú debes
saberlo, pues yo ni fui ni
lo vi-, y dicen que era Antíloco superior a los demás, rápido
en la carrera y luchador.»
Y le contestó y dijo el rubio Menelao:
«Amigo, has hablado como hablaría y obraría un hombre sensato
y que tuviera más
edad que tú. Eres hijo de tal padre porque también tú hablas
prudentemente. Es fácil de
reconocer la descendencia del hombre a quien el Cronida concede felicidad cuando
se
casa o cuando nace, como ahora ha concedido a Néstor envejecer cada día
tranquilamente
en su palacio y que sus hijos sean prudentes y los mejores con la lanza. Mas
dejemos el
llanto que se nos ha venido antes y pensemos de nuevo en la cena; y que viertan
agua
para las manos. Que Telémaco y yo tendremos unas palabras al amanecer
para conversar
entre nosotros.»
Así dijo, y Asfalión vertió agua sobre sus manos, rápido
servidor del ilusre Menelao; y
ellos echaron mano de los alimentos que tenían preparados delante.
Entonces Helena, nacida de Zeus, pensó otra cosa: al pronto echó
en el vino del que
bebían una droga para disipar el dolor y aplacadora de la cólera
que hacía echar a olvido
todos los males. Quien la tomara después de mezclada en la crátera,
no derramaría
lágrimas por las mejillas durante un día, ni aunque hubieran muerto
su padre y su madre
o mataran ante sus ojos con el bronce a su hermano o a su hijo. Tales drogas
ingeniosas
tenía la hija de Zeus, y excelentes, las que le había dado Polidamna,
esposa de Ton, la
egipcia, cuya fértil tierra produce muchísimas drogas, y después
de mezclarlas muchas
son buenas y muchas perniciosas; y allí cada uno es médico que
sobresale sobre todos los
hombres, pues es vástago de Peón. Así pues, luego que echó
la droga ordenó que se
escanciara vino de nuevo; y contestó y dijo su palabra:
«Atrida Menelao, vástago de Zeus, y vosotros, hijos de hombres
nobles. En verdad el
dios Zeus nos concede unas veces bienes y otras males, pues lo puede todo. Comed
ahora
sentados en el palacio y deleitaos con palabras, que yo voy a haceros un relato
oportuno.
Yo no podría contar ni enumerar todos los trabajos de Odiseo el sufridor,
pero sí esto que
realizó y soportó el animoso varón en el pueblo de los
troyanos donde los aqueos
padecisteis penalidades: infligiéndose a sí mismo vergonzosas
heridas y echándose por
los hombros ropas miserables, se introdujo como un siervo en la ciudad de anchas
calles
de sus enemigos. Así que ocultándose, se parecía a otro
varón, a un mendigo, quien no
era tal en las naves de los aqueos. Y como tal se introdujo en la ciudad de
los troyanos,
pero ninguno de ellos le hizo caso; sólo yo lo reconocí e interrogué,
y él me evitaba con
astucia. Sólo cuando lo hube lavado y arreglado con aceite, puesto un
vestido y jurado
con firme juramento que no lo descubriría entre los troyanos hasta que
llegara a las
rápidas naves y a las tiendas, me manifestó Odiseo todo el plan
de los aqueos. Y después
de matar a muchos troyanos con afilado bronce, marchó junto a los argivos
llevándose
abundante información. Entonces las troyanas rompieron a llorar con fuerza,
mas mi
corazón se alegraba, porque ya ansiaba regresar rápidamente a
mi casa y lamentaba la
obcecación que me otorgó Afrodita cuando me condujo allí
lejos de mi patria,
alejándome de mi hija, de mi cama y de mi marido, que no es inferior
a nadie ni en juicio
ni en porte.»
Y el rubio Menelao le contestó y dijo:
«Sí, mujer, todo lo has dicho como te corresponde. Yo conocí
el parecer y la
inteligencia de muchos héroes y he visitado muchas tierras. Pero nunca
vi con mis ojos
un corazón tal como era el del sufridor Odiseo. ¡Como esto que
hizo y aguantó el recio
varón en el pulido caballo donde estábamos los mejores de los
argivos para llevar muerte
y desgracia a los troyanos! Después llegaste tú- debió
impulsarte un dios que quería
conceder gloria a los troyanos- yo seguía Deífobo semejante a
los dioses. Tres veces lo
acercaste a palpar la cóncava trampa y llamaste a los mejores dánaos,